Catalanismo ens roba - Pedro Insua

«Queremos despertar una respuesta política al separatismo, no solo entre ciudadanos afincados en tal o cual región, sino en todos los del país, porque, aunque nadie puede decir con razón que España le roba, sí tenemos buenas razones para alarmarnos de que quieran robarnos España” (Fernando Savater, Prólogo al libro A favor de España, ed. Esfera de los libros, p. 24)

Es llamativa la paradoja que persiste en el catalanismo actual–también, por cierto, en el nacionalismo fragmentario vasco-, cuando desde su seno se afirma, por un lado, que Cataluña sufre una opresión secular por parte del “Estado español”, teniendo por resultado su expolio (“Espanya ens roba”), y por otro, a su vez, sin percibir en ello obstáculo lógico alguno, que Cataluña es una de las regiones (ellos dicen ambiguamente “país”) más prósperas de Europa (resulta curioso, en esta homologación ficticia, que la Holanda “liberada” hace cuatro siglos tenga en la actualidad unos índices de desarrollo parecidos a los de la Cataluña “oprimida”) .

Así, sea como fuera, si Cataluña abandonara ese lastre que según ellos España representa, estaría Cataluña, dicen, entre las Naciones más ricas de Europa, presuponiendo, y en ello reside la ficción catalanista, que Cataluña forma, ya de hecho, un todo independiente que se constituyó y desarrolló al margen de España, y no como parte suya.

Seguramente, la nueva Cataluña “nacional”, posterior al “prusés” de “desconexión”, emularía más a Grecia o incluso Albania, que a Holanda

Se abstrae, se da por supuesto, a partir de esta petición de principio, precisamente el proceso de constitución de tal (virtual) nación, con todo el coste que ello supondría o podría suponer (nuevas fronteras, reclamación de deudas, posibles boicots y bloqueos, resistencia del “unionismo”, segregación del mismo, etc), y se presupone una Nación catalana ya constituida (como conejo salido de la chistera) en las mismas condiciones que la Cataluña regional actual, y totalmente homologable a las naciones europeas más prósperas. Sin embargo, no es previsible que tras el necesario proceso secesionista (porque España, sea como fuere, aún sigue existiendo y Cataluña sigue siendo parte suya) las cosas se quedasen como están en la actual Cataluña regional, y, seguramente, la nueva Cataluña “nacional”, posterior al “prusés” de “desconexión”, emularía más a Grecia o incluso Albania, que a Holanda.

Un proceso de “desconexión” (“Ausschaltung” repetían eufemísticamente los nazis en referencia a la segregación de la grey judía) que implicaría, insistimos, una dinámica más bien hostil entre las partes en litigio (catalanismo/unionismo), pero que se busca suavizar desde la propaganda catalanista (y por tanto encubrir dicha dinámica), con el adjetivo “democrático”. Es este adjetivo (en un país en el que se ha llegado a hablar de “orgasmos democráticos”) el que permite que cualquier proyecto quede legitimado y prestigiado en el debate social por el hecho de auto-proclamarse como “democrático”.

La secesión, la segregación, el socavamiento de derechos, etc que dicha “desconexión” implica se pretenden justificar y dar por buenos adornándolos con el adjetivo “democrático”

De esta manera, la secesión, la segregación, el socavamiento de derechos, etc que dicha “desconexión” implica se pretenden justificar y dar por buenos adornándolos con el adjetivo “democrático”.  Y es que, propagadísticamente, interesa al catalanismo proyectar la idea de que impedir un plebiscito (así en abstracto, al margen de su contenidos decisotios) es antidemocrático, y plantearlo es democrático, ocultando tramposamente que lo que ese plebiscito plantea pasa por excluir de la participación en el mismo a la inmensa mayoría de la población española, y ello en función de una decisión, la que opera dicha exclusión, que no es para nada democrática, sino que, bien al contrario, es una decisión que se establece por la despótica voluntad de la facción catalanista. Un despotismo, sin embargo, que se oculta presentando las cosas justamente al revés, como en imagen invertida (esperpéntica), de tal modo, y así lo repiten una y otra vez, que es la “Cataluña democrática” la que está siendo “oprimida” por una “España despótica”.

Ahora bien, y es esto lo que queremos subrayar, ya esta misma confrontación España/Cataluña es completamente tendenciosa y falaz porque, justamente, parte de una petición de principio, a saber, la de presuponer a Cataluña como una entidad independiente, constituida al margen de España y que España, como “cárcel de naciones”, oprime.

Ello hace que la reclamación de un referéndum para ejercer el presunto “derecho a decidir” se vuelva completamente paradójico, a saber: si Cataluña ya es Nación, un referéndum que sancione tal hecho sería completamente superfluo (al margen del resultado del mismo). Si se está considerando a Cataluña como sujeto decisorio, y por tanto soberano, ya no tiene ningún sentido sancionar si lo es o no, porque ya se le está concediendo tal condición. Por otra parte, si Cataluña es parte de España, entonces el referendum involucraría al resto de españoles, que como sujeto decisorio tendrían que participar en el mismo, y, por tanto, seguirían los españoles en su conjunto determinando, tras el plebiscito, el estatuto político de Cataluña. Seguirían, pues, sin ser solo “los catalanes” los que “decidieran su futuro”.

En cualquier caso si, finalmente, la secesión se produce, ello no sería porque “los catalanes” por fin pueden “decidir democráticamente” su futuro, sino porque unas facciones dentro de España, la facción catalanista, se impone a otras partes, a otras facciones no catalanistas (por una vía además, la de la falacia, la demagogia y la adulación, que pueden ser más opresivas que la de la bota militar), dejándolas fuera de sus derechos sobre un territorio, la región catalana, que hasta ahora, mientras no renuncien a ella, les pertenece. Es decir, lejos de constituirse como una vía democrática para la independencia, la secesión a la que aspira el catalanismo supone no tanto la “restauración de unos derechos” para Cataluña y los catalanes que nunca existieron (salvo en la imaginación de algunos plubicistas), sino la exclusión antidemocrática del resto de españoles a tomar parte en una decisión que les afecta a todos por igual.

De hecho, el mero planteamiento de un referéndum en estos términos, apropiándose en exclusiva de una parte del territorio que es común, ya supone una amenaza para España, y para la democracia en España, en cuanto que, insistimos, se está privando a unos ciudadanos (los españoles no residentes en Cataluña) de la posibilidad de decidir sobre un territorio respecto del cual tienen tanto derecho, en tanto españoles, como los ciudadanos de la parte catalana.

Por otro lado, además, también se está sustrayendo a los propios catalanes (en nombre de cuyos presuntos derechos “históricos” habla el catalanismo) sus derechos efectivos, en tanto que (de nuevo) ciudadanos españoles, sobre el resto de España (el resto de territorios españoles que no son Cataluña).

En definitiva, el adjetivo “democrático” no tiene otro significado más que el propagandístico, a favor del catalanismo, y en este sentido cumple muy bien sus funciones encubridoras, demagógicas, toda vez que lo que se está realmente planteando es el robo, el saqueo, vía secesión, de una parte de España (apropiándose de algo que es común), viniendo el adjetivo “democrático” a amortiguar, por encubrimiento, la realidad facciosa y sediciosa que, sin más, el catalanismo representa.

Lo que está por ver es si existe capacidad de resistencia desde otras posiciones contrarias a la secesión para evitarla, y no se dejan engañar por el señuelo “democrático”

Y es que la cuestión, y esto es lo que está por ver (siendo muy difícil de prever), es si existe capacidad de resistencia desde otras posiciones contrarias a la secesión para evitarla, y no se dejan engañar por el señuelo “democrático”. La opinión de que cualquier disparate se hace bueno si recibe apoyo electoral neutraliza, de hecho, cualquier argumento en contra tachándolo de “fascista” (es decir, contrario a “la democracia”), y esto deja a la sociedad política española completamente inerme, si no se desenmascara el engaño, ante tales amenazas de fragmentación.

Por decirlo con Solé Tura, el “padre” comunista de la Constitución vigente, que ya en 1985 lo advertía con lucidez, “crear un Estado independiente de la España –y posiblemente de la Francia- de hoy significaría abrir un contencioso político terriblemente duro, que afectaría a todos los sectores de la sociedad española y a todas las instituciones. Aun suponiendo –cosa que está por definir- que el derecho de autodeterminación se entendiese como una consulta electoral en el territorio que aspirase a la independencia, es indudable que a esta consulta electoral sólo se podría llegar o bien a través de un proceso insurreccional o bien a través de una gran batalla política, con elementos insurrecciónales por medio, que tendría por eje exclusivo precisamente la concesión o no de la independencia. […] Es difícil pensar que un choque de estas características podría terminar tranquilamente con la independencia de una parte del territorio español o con la negación violenta de la independencia, sin destruir el sistema democrático de la Constitución de 1978” (Nacionalidades y nacionalismos en España, p. 153-154).

Porque, en efecto, el proceso de fragmentación de una Nación ya constituida como es España, por lo menos en la Europa capitalista actual, no es -no puede ser- ningún camino de rosas. Una “nación catalana” surgida del “prusés” es muy previsible que sea recibida hostilmente por parte de unos, en el peor de los casos, y amigablemente en el mejor, pero una “amistad”, en cualquier caso, que buscará sacar tajada de esa España desaparecida por su división fragmentaria, haciendo a cada una de las partes resultantes (Cataluña, País Vasco, Galicia, etc) más dependientes (y no “in-dependientes” como pretenden sus propagandistas) de los grandes depredadores, políticos y empresariales, de la “biocenosis” europea: “en estas condiciones, continúa Solé Tura, el nuevo estado sería una presa apetecible para otras potencias y para las grandes empresas multinacionales y solo se podría mantener acogiéndose al patrocinio de otro más fuerte –y el más fuerte son los Estado Unidos-, es decir, convirtiendo su independencia formal en una nueva forma de subordinación”.

No solamente, pues, el catalanismo busca quitarnos a los españoles (incluyendo naturalmente a los catalanes) lo que es nuestro, sino que con ello nos expone a que, como resultado de esa jibarización de derechos, seamos devorados y absorbidos por una dinámica geopolítica en la que, repartidos los españoles en pequeños estaditos, prácticamente nada podamos hacer.

Es el catalanismo el que ens roba.