Corazones a punto de helarse - Alfredo Rodriguez

Con motivo del cuarenta aniversario de la Constitución Española se ha publicado un vídeo en el que dos supervivientes de la Batalla del Ebro, combatientes en cada uno de los bandos, hablan de forma amistosa. Dos ancianos enfrentados hace ahora ochenta años charlando sobre las cosas de las que suelen charlar los ancianos: los hijos, las enfermedades, el tiempo que se les escapa, en fin, de la vida. Sin reproche alguno, impensable a esta altura de sus biografías, y en un tono amistoso, casi fraternal. En definitiva, dos ancianos, sentados al sol, disfrutando de la mutua compañía, liberados ya de las sombras del pasado.

Es difícil para los que alcanzamos a ver el final del franquismo, no emocionarse viéndolos. Una sensación que recuerda la de nuestros padres y abuelos en el año 76, con la llegada de la democracia y la vuelta de los exiliados. Cantaba Ana Belén aquello de “Sí, veremos a Dolores caminar las calles de Madrid” porque “era inevitable la reconciliación”. Una reconciliación que como recordaba la canción había sido propuesta ya en 1956 por el Partido Comunista de España, veinte años después del inicio de la guerra, veinte años antes del fin del franquismo.

Sorprende leer hoy esa declaración del Comité Central del PCE que veía entonces “la necesidad de acabar con el fanatismo, el sectarismo y la intolerancia en la vida y costumbres políticas españolas”

Sorprende leer hoy esa declaración del Comité Central del PCE que veía entonces “la necesidad de acabar con el fanatismo, el sectarismo y la intolerancia en la vida y costumbres políticas españolas” y que impulsaba la reconciliación entre los españoles que apenas veinte años antes luchaban entre ellos, llamando “a todas las fuerzas políticas a deponer los odios y el espíritu de venganza y a tenderse la mano”. Bajo estas premisas pensaban los comunistas que podía “cancelarse el pasado”. Impresiona ver como mucho antes de la Transición, el principal partido de la oposición al franquismo, cuando aún quedaban maquis en los montes, ponía negro sobre blanco los principios de un cambio pacífico: “amnistía amplia, libertad de prensa, legalización de sindicatos y partidos políticos”, incluyendo a aquellos surgidos “del seno de las fuerzas que constituían la base social de la dictadura”.

Medidas casi idénticas a las adoptadas, dos décadas después, por el gobierno de Adolfo Suárez y que pusieron fin a la larga noche del franquismo y permitieron la llegada del periodo democrático más largo, más pacífico y de mayor prosperidad de nuestra historia. Este resultado es el fruto del entendimiento de quienes lucharon enfrentados, de la superación del odio y del resentimiento. Un espíritu idéntico al que animaba el discurso de Azaña del 18 de julio de 1938, cuando apenas dos años después del golpe de estado recordaba a los muertos “… que abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.

Esta política de reconciliación nacional no fue algo impuesto por los sucesores del franquismo

Al contrario de lo que nos quieren hacer creer, esta política de reconciliación nacional no fue algo impuesto por los sucesores del franquismo, un trágala que la oposición a la dictadura se vio obligada a aceptar para poder participar en la nueva etapa. Fueron los partidos de izquierda, los que defendieron la República hasta el final, los que impulsaron esta estrategia de superación de la radical división entre españoles décadas antes de la muerte del dictador.

Si hemos de emocionarnos con nuestra historia reciente creo sinceramente que deberíamos recordar mucho más la imagen de Pasionaria bajando la escalera del avión que la devolvía del exilio que la de ella misma, cuarenta años antes, arengando a las Brigadas Internacionales. O con la imagen de Alberti entrando en las Cortes de su brazo más que aquellas en la que vestido de mono azul recorría las calles del Madrid sitiado. Parafraseando a Machado no deberíamos cantar a esa España de la cruz, sino a la que anduvo en la mar.

Es despreciable, además de falso, el comentario de Monedero, o el de Pablo Iglesias, de contenido muy similar, comparándoles con “un viejo nazi y un viejo judío sobreviviente de un campo de concentración”

Y lo cierto es que desde hace un tiempo nos empujan a desandar el camino, a olvidarnos de esa reconciliación para volver al sectarismo y al enfrentamiento. Un retroceso impulsado por los herederos ideológicos de los que en 1938, en 1956, en 1977, buscaron la superación de los odios y que han pasado de promover “cancelar el pasado” a criticar la imagen de dos ancianos charlando pacíficamente. Por eso es despreciable, además de falso, el comentario de Monedero, o el de Pablo Iglesias, de contenido muy similar, comparándoles con “un viejo nazi y un viejo judío sobreviviente de un campo de concentración” Despreciable y revelador de una meditada estrategia que busca confundir la legalidad y los principios de ambos bandos con el comportamiento de los que lucharon bajo uno u otro lado. Si la superioridad moral de la República es incuestionable, esa superioridad no puede extenderse al conjunto de las fuerzas republicanas ni debe servir para condenar al conjunto de los soldados de Franco. En ambos bandos hubo víctimas y victimarios y en no pocas ocasiones, las mismas personas fueron capaces de lo mejor y de lo peor, abrumados por circunstancias terribles. Esta evidencia fue el sustrato que puso las bases de la paz y el perdón que pedía Azaña.

Hay que recordar que muchos de los combatientes de nuestra guerra civil lo fueron por imposición, sin que pudieran elegir bando. Jóvenes, casi niños, que se vieron arrastrados al combate, encuadrados en uno u otro ejército por motivos puramente geográficos, sin más voluntad que sobrevivir y poder volver sanos y vivos a sus casas. Es cierto que otros, muchos sin duda, lo hicieron creyendo servir a una causa justa, creyendo construir una España mejor. Pero todos, los convencidos y los obligados, acabaron hastiados de guerras y de ideologías extremistas, de “los hunos y de los hotros” que decía Unamuno. La derrota y el exilio precipitó en la izquierda, especialmente en los comunistas, el deseo de superar la guerra civil, de enterrar las diferencias y de construir un futuro común. Por el contrario, el triunfalismo empalagoso de Franco mantuvo a los vencedores en el culto de una ideología criminal que dividía a los españoles y que afortunadamente fue barrida por el viento de la historia.

La izquierda actual debería recordar y reivindicar orgullosa que el espíritu de la Transición lo inspiró la izquierda, el PCE

La inmensa mayoría de los españoles votó en 1976 el entierro definitivo del régimen y abrió la vía de la reconciliación y de la democracia. Y si es cierto que los impulsores políticos de la Transición fueron los herederos del franquismo, no lo es menos que las medidas que aplicaron fueron las que había propuesto el PCE veinte años antes. La izquierda actual debería recordar y reivindicar orgullosa que el espíritu de la Transición lo inspiró la izquierda, el PCE.

Y si las palabras de Iglesias y Monedero nos dejan helados desde un punto de vista humano, aún son más lamentables desde el punto de vista político. Cuando hablan despectivamente del “régimen del 78” mienten interesadamente para hacernos creer que no vivimos en una democracia plena y equiparable a los estándares más exigente. Con el único y exclusivo fin de alcanzar el poder, socavan las bases de nuestra convivencia.

Es indudable que es preciso una regeneración de la vida pública y que esta regeneración pasará por reformas profundas, que probablemente incluyan cambios constitucionales. Pero no significa, en modo alguno, descalificar el legado de quienes sufrieron la guerra y fueron, con gran generosidad, capaces de cerrar esas heridas. No podemos volver al esquema de las dos Españas, enfrentadas e irreconciliables. Los cambios que precisa nuestra vida pública deben venir del entendimiento, del diálogo y del respeto a las normas que nos hemos dado.

No permitamos que el sectarismo acabe dividiendo otra vez a la sociedad española. Un sectarismo, lo sabemos bien, que acabaría por helarnos el corazón, una vez más, a la gran mayoría de los españoles.