Autoridad - Jesus Manuel Lopez

“La autoridad, cobija” H- G. Gadamer.

Hay muchos y egregios autores que han estudiado de maravilla la autoridad como modelo, tanto desde muchos años atrás -Maquiavelo, Montesquieu, Voltaire, etc.-, como más cercanos en el tiempo -H. Arendt, Adorno, Fromm, Gadamer, etc.-, son algunos de ellos.

H. Arendt estudia en profundidad la autoridad, el autoritarismo. Dice que hasta la estructura organizativa de los romanos no empieza a darse la concepción de autoridad cercana a como la conocemos ahora. Aunque ya Aristóteles analizó sobre la legitimidad del que nos debe mandar, lo hizo desde la perspectiva de su “polis”, y alejado del concepto y tipos de autoridad que hoy conocemos; expresa que sería oportuno “seguir y obedecer no sólo al que posee virtud, sino al que tiene capacidad que le haga apto para la acción”.

Clásicos como Maquiavelo, ya vislumbraba un concepto de autoridad «circular», de abajo a arriba, y defendiendo que, bajo esa concepción, «los hombres vivan en libertad». Aspecto que se reforzó con los franceses de la Ilustración citados anteriormente.

Entre los más cercanos, H. Arendt, influenciada por los trágicos avatares de las guerras del siglo anterior (sobre todo de la segunda), trabaja sobre esos conceptos con enorme libertad y abre caminos luminosos para la ciencia política, quejándose -a la vez- de que no haya apenas estudios en este sentido. Como aspecto esencial de su concepción de autoridad, ella explica que ésta debiera “implicar una obediencia en la que las personas conserven su libertad”. Gadamer se preocupa por la autoridad como algo más adquirido que otorgado, como rasgo o singularidad que se reconoce en el otro, y donde la “esencia reside en ser un imperativo de la razón” y en “presuponer en el otro las cualidades virtuosas precisas para la tarea”, etc.

La autoridad debiera velar por -y estar al servicio de- las normas y funciones sociales que van a facilitar el feraz y digno desarrollo de las personas y su saludable convivencia

Con la mayor humildad, al resumir en unas palabras lo más básico y sencillo de algunas de estas formas de ver el tema, sí pienso que la autoridad que en esencia se defiende, tiene que ver con un tipo de persona que la encarne de atributos definidos y firmes: virtuosa y razonable, respetuosa con la libertad y capacitada para la función que se le exige; y que sea legitimada por las personas libres que se deben a su obediencia. En definitiva, la autoridad debiera velar por -y estar al servicio de- las normas y funciones sociales que van a facilitar el feraz y digno desarrollo de las personas y su saludable convivencia; y debiera ejercerse en función de aspectos básicos como «la protección y ejercicio de los derechos de sujetos políticos libres e iguales» (Arteta). Unas posibles características que respondieran a estas bases podrían ser: capacitación y dominio de los conocimientos del campo o campos que debe regir; dominio de las habilidades y dinámicas sociales y del llamado autocontrol y autoconocimiento; y, por último y esencial, la que hace referencia a la capacidad de responder al compromiso social adquirido, la responsabilidad.

Qué pasó en la Sociedad 

Los que somos de la generación que vivimos la autoridad como sinónimo de autoritarismo, cada vez que aparecía esta palabra en nuestras vidas, inconsciente o conscientemente, sacábamos de la mochila de los prejuicios las piedras necesarias para apedrear todo lo que se moviera en torno a ella; sin matices, daba igual su contexto. Era la guerra contra esa palabra, concepto y praxis, según nuestro exclusivo significado -por experiencia- débil y sectario. Es verdad que la ancestral costumbre, la experiencia, con respecto a lo que supuso de abuso en la práctica casi todo tipo de autoridad (sobre todo en el campo institucional, pero también en otros), hizo que el concepto conocido por esa experiencia fuera el de autoritarismo o imposición de la voluntad de dicha autoridad. La abominable dictadura supuso un fuerte paradigma de ese concepto y de su praxis.

Sin embargo, con la llegada de la ansiada democracia, y como sucede muchas veces con otros asuntos, la liberación de todo ese peso de la figura “castrante”, llevó, en una buena parte y como contra, a la ley del péndulo; la catarsis llenó de nuevo la mochila de otro tipo de tópicos conceptuales y se trasladó de nuevo a la praxis. Fue la llegada de la supresión de buena parte del rol o de la función que debe tener en esencia la autoridad, y se pasó a no conceder apenas relevancia (incluso a suprimir) a muchos de los tipos de responsabilidades inherentes a dicho papel.

Estamos hablando fundamentalmente de la autoridad en lo público y, en muchos aspectos, también de la familiar; de forma más excepcional, quizás, del ejercicio de este papel en lo privado.

Y es como si estos vaivenes sobre concepto y praxis, en estos últimos lustros, hubiesen sido, incluso pudieran ser hoy, indicios de los vaivenes que se han dado y se van dando en muchos aspectos de gran parte de la sociedad y de buena parte de sus instituciones. Es decir, el concepto y la praxis de la autoridad pudiera ser el síntoma de lo que, en muchos aspectos, es (o era) nuestra sociedad.

La ruptura con la organización, donde el autoritarismo (arbitrario, arrogante, represor, poco o nada razonable) era el modelo básico, llevó también a la desvinculación con los lazos de la autoridad más razonable y equilibrada

La ruptura con la organización, donde el autoritarismo (arbitrario, arrogante, represor, poco o nada razonable) era el modelo básico, llevó también a la desvinculación con los lazos de la autoridad más razonable y equilibrada, con la justa, coherente y competente. La “ola” -el seguidismo- de la contra liquidó en parte los otros modelos, el abominable y el prudente y necesario. Ante la fuerza de este movimiento social de contra (lógico, por otra parte), la autoridad sufre como modelo, se “acompleja” y se difumina bastante.

El seguidismo, como en tantas ocasiones, va empapando la sociedad y se mezclan e interfieren unos sectores en otros, retroalimentándose: familia, calle, educación, política… Los primeros que suelen romper los moldes son los jóvenes, -muchas veces guiados por adultos- como mandan los cánones de su evolución psicológica, imbuidos en su afán por colonizar la sana independencia. Sucedió que la guía, la base de lo que se demandaba como autoridad era esa reacción de contra; y ya se sabe, esto no es casi siempre la salida hacia el equilibrio que requiere la organización social democrática. Era la búsqueda de una sociedad y una independencia “edénicas”, sin esas ataduras castrantes, pero que el afán y la comodidad -pues la autoridad exige, día a día, congruencia y firmeza- fue llevando hacia el otro lado (el péndulo) su contenido, sobre todo en el plano de las responsabilidades, se fue evaporando su solidez a la vez que se inflaba su inconsistencia, y de esa gravedad plúmbea y opresiva se pasó -en parte- a la falta de esencia en su función. Los jóvenes se hicieron padres y/o maduraron (o no) y se dieron cuenta de que cuando uno pisa el duro asfalto de la vida, se desliza hacia “el silencio de la verdad” (F. Celine). Muchos no se atrevieron/se atreven a dar el paso hacia esa verdad que implica la madurez, porque significa/ba, en muchos momentos, oponerse con rigor y firmeza a la volatilidad de la sonrisa permanente, ya que los sueños y esperanzas posibles de aquellos cambios en parte se “licuaron”, y en parte, se tornaron en otra “ola que arrastra” buenismo y seducción “pasiva”, que sólo está para el aparente placer de agradar, por miedo a no contradecir, a cierto tipo de oposición, a decir que NO. Es decir, por miedo a no ser considerados, o queridos, o por miedo a la tribu,…, en definitiva, ¡por miedo a la libertad!

Qué pasó en la Educación

“… el docente libertario consigue someter a las personas con más eficacia que el docente tradicional. Cultiva la dependencia afectiva… En lugar de la formación para la democracia que promete, desarrolla el mimetismo identificatorio, anima a la renuncia a todo espíritu crítico y encierra al individuo en la alternativa mortífera de la adhesión ciega o de la revuelta bruta…” P. Meirieu.

¿Qué ha significado todo esto en la educación? Son muchas las quejas que se vierten, de tiempo acá, por parte del docente sobre la dificultad de ejercer equilibradamente el papel, por esas rémoras, pero también por la falta de adaptación a la problemática que conlleva el rol de profesorado en los tiempos actuales. Aquel seguidismo también llegó a la educación. La autoridad (sobre todo como praxis, pero también como concepto) se denostó de tal manera que, décadas después, aún sigue sin “entenderse” bien en el papel que conlleva la práctica educativa. Aquí también, en bastantes aspectos y momentos, estamos en el otro lado del péndulo.

Como en muchas de las facetas de la vida, en la educación, estos vaivenes o desequilibrios con respecto a lo que entendemos por autoridad, han arrastrado a problemas en este ámbito. Destacamos algunos para reflejar el síntoma. La repercusión de esa “ola” de contra ha llevado a un deficiente rigor y a un pobre criterio de lo pedagógico para frenar el tópico de lo permisivo y lo no frustrante, en medio de un contexto social “imperante” que se relaciona, entre otras cosas, con las posibles interferencias del consumismo, la imposición de la inmediatez o “la tiranía del momento” (Eriksen), … En el plano personal, esas interferencias han minado la autoestima, han confundido buena parte del papel y les han llevado hacia la inseguridad, a oscilaciones no controladas y arbitrarias, o a la seducción y al chantaje.

El conflicto es intrínseco a la convivencia (escolar), y es otra de las posibles rémoras que estos vaivenes de la concepción de autoridad dan. Lo que se pide a la autoridad es que lo afronte con madurez y honestidad para que los escolares salgan fortalecidos. Como decía Winnicott “no se trata de soportar pasivamente, ni de reprimir ciegamente”. Hay necesidad de referencias claras, referencias firmes de pautas y límites que la dimensión de la función de la autoridad moral debe dar. Se pide al profesorado que el proceso de libertad cohabite con el del control a través de referencias y compromisos. Que comprenda desde la observación y la escucha; entendiendo que comprender no tiene por qué significar dar la razón, sino ayudar a actuar de forma razonable.

Otras posibles interferencias que arrastran al rol hacia dificultades en su realización, tienen que ver con ayudar a que toleren las frustaciones, a que adquieran el valor del esfuerzo, a que asuman la espera de los frutos del tiempo (frente a la mala consejera de la inmediatez). También tienen que ver con las dificultades para no reirles las gracias (entonces, y a veces, seducen o chantajean inconscientemente por miedo a sus reacciones o a perder su “afecto”); o con las dificultades para hacerles cumplir las consecuencias de las transgresiones hechas a la norma; cumplir con equilibrio reparador, sin resentimiento ni venganza, pero con la justicia de lo acordado.

Qué pasó en la Política

“Asumir una forzada camaradería es la máscara de una autoridad que esconde su incapacidad para conducir los distintos procesos de la vida” R. Bodei.

En ciertos sectores de la vida política se ha hecho dejación de autoridad, al menos, de parte de su función

Mucho de lo analizado en el plano de la educación valdría para el de la política, con los matices lógicos de lo que supone la función del político en su contexto, por lo que no vamos a repetir. Yo tengo la certeza de que en ciertos sectores de la vida política se ha hecho dejación de autoridad, al menos, de parte de su función. Es decir, no se ha asumido toda la responsabilidad que correspondía, incluso (¡vaya paradoja!) poniendo de tapadera la de ser más democráticos que “los otros”, o “los más democratico”.

Quizás el motivo básico sea individual; ese que tiene que ver con la «insoportable» debilidad del ser; ese agujero existencial que para taparlo (falsamente claro) necesita del ególatra aferrado al espejo, apegado a la vanidad; estos políticos que, presos de sus complejos, necesitan subirse a la “ola” y practicar el surf seguidista de turno. En vez de decir NO (no sea que no nos quieran y/o el caladero de votos se esfume) a tantos deseos tribales (y triperos) y poco razonables que las leyes democráticas no otorgan; en vez de decir NO con la finalidad de que la ciudadanía asuma frustraciones y crezca en y con la dialéctica de la confrontación constructiva de argumentos; en vez de decir NO para hacer crecer a esa autoridad moral en su responsabilidad y compromiso.

Las diferentes formas de abandono han llevado a muchos y distintos errores, graves en muchos casos; ahora padecemos uno -el delirio nacionalista- gravísimo

Las diferentes formas de abandono han llevado a muchos y distintos errores, graves en muchos casos; ahora padecemos uno -el delirio nacionalista- gravísimo que tiene, en esencia, su origen por no haber actuado con autoridad en su debido momento. Se podría hacer lista de errores por esa causa sobre, por ejemplo, corruptelas y desfalcos, los chantajes «taifas», delirios de infraestructuras, etc. Pero además, en general, esas cesiones de responsabilidad han llevado a ese modelo de autoridad (dejar hacer, no mirar para no ver), por un lado y curiosamente, que implica un tipo de práctica denostadora de la propia institución democrática a la que sirve; y por otro, han llevado a la impunidad, desmoralizante para la ciudadanía. También se puede decir que, para dicha ciudadanía, ese modelo ha supuesto un cierto infantilismo entre maniqueo y prepotente, y un tipo de seguidismo “buenista”, por la clara influencia de ciertos matices (confundir con autoritarismo; o tópicos sobre defensa de falaces derechos, o mayorías, etc.) de la dejación. Este modelo de autoridad ha extendido la victimización en la sociedad y, también, la «inocentización» del seudolíder (Bruckner, lo llama “la enfermedad del individualismo por escapar de las consecuencias de nuestros actos”).

Epílogo

Hay peligro entonces, como nos dicta la historia, de que la autoridad sea pasto de la arbitrariedad (autoritaria), o por defecto, se diluya en la complacencia sin apenas límites. E. Fromm decía que la debilidad y la ignorancia, hacen a la persona fácilmente maleable, sumisa, dependiente, siendo fácil que se “abandone” a la mano autoritaria. En sentido parecido, T. Adorno analizó cómo la falta de firmeza en una figura fuerte familiar (“figura paterna”) hace que busque un líder omnipotente en la sociedad (político). Pero desde luego, sin que estemos libres de todo eso -para nuestra desgracia-, ahora, lo que se echa en falta -al menos en muchos aspectos de autoridad institucional, familiar,…- es ese tipo de autoridad ya explicitado, modelo de competencia y sabiduría trabajadas en la cotidianiadad, que crea en -y defienda firmemente- el estado democrático, donde una sociedad, en libertad e igualdad ante la ley, se desarrolle. Porque, como decía E. Jünger, aunque no se creyera en ella, necesitamos autoridad.