Bien sabido es que la sociedad estadounidense es enormemente diversa, muy compleja y que está llena de contradicciones. Recientemente, por ejemplo, y con ocasión del inefable y folclórico National Prayer Breakfast (Desayuno nacional de oración, algo inequívocamente americano), el pasado 9 de febrero, los medios de comunicación liberales, de orientación política demócrata así como los sitios de internet y redes sociales de librepensadores han puesto el grito en el cielo ante las declaraciones del presidente Donald Trump ensalzando la tradición religiosa de Estados Unidos: “La fe es central en la vida estadounidense y para la libertad.” (Washington Post, 8 de febrero de 2018). La influyente y prestigiosa American Humanist Association (AHA) tildó de inmediato, en su web oficial, el discurso de Trump de anti-científico y manifiestamente cristiano, un choque frontal contra el muro jeffersoniano de separación entre las iglesias y el Estado, además “de ser un ataque contra uno de los grupos demográficos de más rápido crecimiento en la nación, el de estadounidenses no cristianos y no teístas” de forma y manera que “el descarado trato preferencial de Trump a la fe cristiana excluyó sectariamente a más del 35% de los ciudadanos estadounidenses.”
Más de cuatro de cada 10 estadounidenses continúan creyendo que Dios creó a los humanos en su forma presente hace 10,000 años, una visión que ha cambiado poco en las últimas tres décadas
Si una creencia o forma de comportarse dies hard, significa que tarda mucho tiempo en desaparecer y no se abandona fácilmente: Es para decirlo coloquialmente como las siete vidas de los gatos. Así, se dice que los viejos hábitos y las creencias religiosas tardan en morir. El creacionismo bíblico en amplias capas de la sociedad estadounidense, y lo que es más grave y preocupante, entre muchos legisladores republicanos y demasiados altos funcionarios de la administración Trump, goza de espléndida salud. Más de cuatro de cada 10 estadounidenses continúan creyendo que Dios creó a los humanos en su forma presente hace 10,000 años, una visión que ha cambiado poco en las últimas tres décadas. El porcentaje de la población de EE. UU. que elige la perspectiva creacionista como la más cercana a su propio punto de vista ha fluctuado en un rango estrecho entre el 40% y el 47% desde 1982. Hay pocos indicios de una tendencia descendente sostenida en la proporción de la población de los EE. UU. que sostiene una visión creacionista de los orígenes humanos.
A este hecho no es ajena la industria editorial estadounidense. Sólo dentro de esta realidad social se pueden entender los títulos de dos espléndidos libros de divulgación científica. El primero se titula The Second Creation: Makers of the Revolution in Twentieth-Century Physics (La segunda creación: los que hicieron la revolución de la física del siglo XX, o sea, la mecánica cuántica), por Robert Crease y Charles Mann. Collier Books / Macmillan, 1987. La importancia de esa revolución, a la que los autores denominan A Children’s Crusade, una cruzada de niños, dada la extrema juventud de los que la llevaron a cabo, queda más que en evidencia cuando vemos que hoy, menos de cien años después de esa revolución, entre el 35% y el 40% del PIB conjunto de toda la humanidad, nuestra riqueza y avances en cuestiones básicas para la vida, tienen su origen, o se basan fundamentalmente en la mecánica cuántica. El segundo, más reciente, se titula «A Crack in Creation. Gene Editing and the Unthinkable Power to Control Evolution (Una raja en la creación), por Jennifer A. Doudna y Samuel H. Stenberg, Houghton Mifflin Harcourt, 2017. Es la historia de la edición genética CRISPR/Cas9, una revolución casi a la altura de la del descubrimiento de la estructura del ADN por James Watson y Francis Crick.
Mucho más grave que la guerra entre la religión y la ciencia que se da en amplios sectores de la sociedad estadounidense a vueltas con el creacionismo está la postura también anti-científica, basada no sólo en cuestiones económicas sino también en las de origen en la fe evangélica, de importantes e influyentes sectores de la población estadounidense respecto de la naturaleza antrópica del calentamiento global que amenaza con destruir la vida sobre la Tierra. Así, la mayoría de los legisladores y altos cargos republicanos de la Administración Trump, empezando por el propio Presidente, responsables de la formulación de las políticas medioambientales, y los medios, particularmente los afines a los conservadores, frecuentemente afirman que la ciencia climática es altamente incierta. Algunos han utilizado esto como argumento en contra de la adopción de fuertes medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Por ejemplo, según informa la Agencia Reuter, el actual director de la prestigiosa, a nivel internacional, EPA, nombrado por Donald Trump dijo recientemente (febrero de 2018) que no está convencido de que el dióxido de carbono emitido a la atmósfera por la actividad humana es el principal impulsor del cambio climático. Incluso llegó a afirmar que el Presidente quería cambiar la legislación vigente, para hacerla más laxa a este respecto, pues sostiene que los legisladores anteriores se apresuraron a la hora de elaborar las leyes, como por ejemplo en los estándares de eficiencia de combustible para los coches.
El consenso internacional de los científicos expertos en climatología, que se ha hecho popular, bajo la denominación de “el consenso del 97%”
Esta postura, por supuesto, no la comparten la práctica totalidad de los científicos expertos en ciencias de la atmósfera que son empleados o consultores de la EPA, que han respondido con dureza y presteza a las declaraciones públicas del director de esa reputada agencia federal. Se basan en el consenso internacional de los científicos expertos en climatología, que se ha hecho popular, bajo la denominación de “el consenso del 97%”, una cifra que apareció por vez primera en un importante y célebre paper titulado Quantifying the consensus on anthropogenic global warming in the scientific literature [1](2013. Citado con encomio por el Presidente Obama y por el Premier David Cameron) un extenso, meticuloso y riguroso meta-análisis de la relevante literatura científica llevado a cabo por nueve reconocidos expertos, bajo la dirección de John Cook (Universidad pública George Mason, Virginia).
Ante este abrumador consenso de los expertos científicos, parecería que la llamada postura “negacionista” del origen antrópico del cambio climático debería ser minoritaria y marginal en una sociedad que lidera la ciencia y la tecnología a escala mundial. Mas no es así, ya que los poderoso intereses económicos de una industria y unos consumidores con una fuerte cultura capitalista (generalmente denominada neoliberalismo, si bien no hay criterio determinado para determinar qué es el “neoliberalismo”). A esta postura neoliberal, claramente insolidaria de importantes capas sociales de EE UU, se suma el influjo del cristianismo evangélico fundamentalista. Hay que tener en cuenta tocante a esto, que de los más de 500.000 pastores o ministros protestantes que se estima hay en EE UU, el 50% cree y predica que el universo que Dios creó en seis días consecutivos de 24 horas cada uno tiene una edad comprendida entre los 6.000 y los 10.000 años, lo que muestra el peso que conceden la mayoría de los cristianos evangélicos estadounidenses a las Sagradas Escrituras, hasta el extremo que se puede calificar de idolatría de la Biblia.
La actitud de los estadounidenses se caracteriza por clasificar el medio ambiente y el cambio climático en la parte inferior de su lista de prioridades; poniendo las preocupaciones en 13º y 14º lugar
Se da también la en importantes sectores de la sociedad estadounidense la coyunda que para muchos críticos roza la obscenidad entre la política y la fe religiosa, si bien sobre el telón de fondo de una apatía bastante generalizada, Así, la actitud de los estadounidenses se caracteriza por clasificar el medio ambiente y el cambio climático en la parte inferior de su lista de prioridades; poniendo las preocupaciones en 13º y 14º lugar, respectivamente (de un total de 15 prioridades; según una macro-encuesta de Gallup de 2014). Y cuando se analizan estos datos según posturas políticas, muy correlacionadas con la fe y las prácticas religiosas, una encuesta del Public Religion Research Institute, también de 2014, muestra que, si bien el 65% de los demócratas cree que el cambio climático está provocado por el hombre, solo el 22 por ciento de los republicanos, generalmente evangélicos y por tanto, más conservadores en cuestiones religiosas, lo hace.
Mas esa postura de los evangélicos más conservadores que implica una lectura literal de las Escrituras, no es general pues los cristianos estadounidenses se han polarizado cada vez más en temas de cambio climático y regulación ambiental. En los últimos años, las principales denominaciones protestantes—lo que se conoce como Mainstream Christianity— y la Iglesia católica, que carece de esa reverencia por la autoridad dogmática de la Biblia, han hecho declaraciones explícitas de apoyo a la acción para parar o al menos paliar esta grave amenaza climática global. Prominentes Bautistas del Sur y otros protestantes evangélicos, por otro lado, han emitido declaraciones que son sorprendentemente similares a los puntos de vista y propuestas de los escépticos seculares del cambio climático, y han tratado de erradicar los esfuerzos de los «verdes» dentro de sus propias filas. Un análisis de las resoluciones y campañas de los evangélicos en los últimos 40 años muestra que el anti-ecologismo dentro del cristianismo conservador surge del temor de que la «mayordomía cristiana» (stewards of creation, según el argot de los bautistas del sur) de la creación de Dios se desvíe hacia la adoración de la naturaleza neopagana, así como también emana de creencias apocalípticas de origen bíblico sobre los «tiempos finales» que hacen, según los “negacionistas” del calentamiento global de origen antrópico y enemigos de la actuación responsable para reducirlo y hasta pararlo, que no tenga sentido preocuparse por el calentamiento global.
Albert Mohler Jr., Presidente del Southern Baptist Theological Seminary (Louisville, Kentucky), resume así la posición de los evangélicos más conservadores: “Los cristianos deberíamos ver el cambio climático escéptica y críticamente, pero al mismo tiempo con honestidad y respeto. Sin embargo, lo más importante es que los cristianos deben considerar el cambio climático bíblicamente. ¿Qué dice la Biblia sobre el cambio climático? No mucho. Probablemente, los ejemplos bíblicos más cercanos de lo que podría considerarse un cambio climático serían los tiempos finales de los desastres profetizados en el libro Apocalipsis (6-16). Sin embargo, estas profecías no tienen nada que ver con las emisiones de gases de efecto invernadero; más bien, son el resultado de la ira de Dios, derramando justicia en un mundo cada vez más perverso. Además, un cristiano debe recordar que Dios tiene el control y que este mundo no es nuestro hogar. Dios borrará un día este universo actual (2 Pedro 3: 7-12) y lo reemplazará con los Cielos Nuevos y la Nueva Tierra (Apocalipsis 21-22). ¿Cuánto esfuerzo debería hacerse para «salvar» un planeta que Dios eventualmente va a destruir y reemplazar con un planeta tan asombroso y maravilloso que la actual tierra palidece en comparación?”
La postura anti-científica respecto del cambio climático no es, como ya se ha dicho anteriormente, unánime entre los evangélicos estadounidenses, que si bien todos reconocen que la tierra creada por Dios es “buena”,[2] esa afirmación produce inferencias conflictivas. Para aquellos preocupados por el cambio climático, la bondad de la tierra exige que las personas actúen para preservar esa bondad. Para los escépticos del consenso científico, por otra parte, la bondad de la tierra demuestra que es capaz de resistir los gases de efecto invernadero. Por lo tanto, el daño irreversible y catastrófico es muy raro o inexistente en la historia del mundo porque el Creador sabio ha construido múltiples capas de autoprotección y autocorrección en el mundo que habitan sus criaturas humanas.
[1] Environmental Research Letters, Volume 8, Number 2. IOP Publishing Ltd. http://iopscience.iop.org/article/10.1088/1748-9326/8/2/024024
[2] Génesis 1, “Y vio Dios que era bueno”.