Yayo - Josemari Alemán

Llevo tiempo sin tener noticias de Baltasar Garzón, aquel juez de la Audiencia Nacional, tan peculiar, con abundante presencia en los medios y que estaba metido en la instrucción de los casos más vistosos (narcotráfico, ETA, GAL, Gürtel, Pinochet, Argentina, crímenes del franquismo…). Fue muy duro con ETA, el diario Egin y HB, por lo que en los años de ¡Basta Ya! tuvo bastante relevancia en el País Vasco. Su inhabilitación en el 2012 tuvo una gran repercusión en el entorno de la Justicia. He visto, estos días en Canal Historia un reportaje, firmado por Clara López Rubio y Juan Pancorbo, en el que se narran los pormenores de su empeño en defender a Julián Assange, fundador de Wikileaks, refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, acusado de violación por el gobierno de Suecia, y por filtrar documentos secretos por el de EEUU. Lleva cinco años en esta situación, de la que solo parece asomar la punta de un iceberg, y que esconde en sus profundidades, una trama oscura y siniestra, que quizás nunca lleguemos a conocer. Pero aparte del interés que me puede mover por conocer la trayectoria de Garzón, o la de Assange, es que el asunto me ha traído a la memoria un pasaje de hace unos años y que, además, me ha cruzado el nombre de Clara López Rubio, la realizadora del documental, con la que también tuve ocasión de tratar en otra historia.

Creo que fue a principios del año 2005, cuando el Ayuntamiento de Ermua concedió su Premio Anual al juez Baltasar Garzón    

Creo que fue a principios del año 2005, cuando el Ayuntamiento de Ermua concedió su Premio Anual al juez Baltasar Garzón. Invitaron al acto al grupo de ¡Basta Ya! de San Sebastián, pero como era un día de labor, fuimos Javier Mina y yo, que estábamos más disponibles. Niko Gutierrez nos recibió en la entrada al polideportivo de Ermua y nos llevó a una estancia en la que estaban, además del juez galardonado con su esposa, Carlos Totorica, alcalde de Ermua, Teo Uriarte, un par de concejales de la localidad a los que no conocía, Rosa Díez con su hija, Agustín Ibarrola y no recuerdo quién más. Era una reunión informal y, aquel charloteo, entre respetuoso y cordial, se centró en los diferentes asuntos sobre el terrorismo que, por entonces, era el campo más transitado por el homenajeado. Yo andaba por esa época trabajando en la biografía de Imanol Larzabal, cantautor donostiarra, que había fallecido en junio de 2004, en Torrevieja, en una especie de exilio forzado de cuatro años. Sabía que tuvo relación con el grupo de Jaén, que le había ayudado y aconsejado profesionalmente y que, entre ellos, estaba Baltasar Garzón, además del cantante Joaquín Sabina y la escritora Fanny Rubio. Como el formato en el que yo estaba trabajando en mi proyecto, era la entrevista, para conseguir trazar un retrato poliédrico del cantautor, aproveché la ocasión para hacerle un par de preguntas muy genéricas, que él contesto amablemente, pero si aportar nada que yo ya supiera. No quise extenderme más, pues mi intención era, en ese momento, que él conociera la existencia de mi trabajo y, si mostraba interés, enviarle un cuestionario por mail, o concertar una reunión con él más adelante.

Empecé a hablar con la esposa de Garzón. Me contó que habían estado en varios de los conciertos de Imanol en Madrid y que le habían animado a trabajar musicando a Góngora y otros poetas del Siglo de Oro  

Después de un buen rato en aquella estancia, salimos todos hasta una plaza cercana donde había una escultura de Ibarrola, en homenaje a las víctimas del terrorismo. De la mano del autor, recorrimos la pieza, y recuerdo que algunas personas se introdujeron en su interior, y con aquella luz naranja de las farolas, la imagen era muy sugerente. Sé que se hicieron bastantes fotos de Agustín y el juez, en las vísceras de la escultura. Había bastante gente en esa escena, muy fotogénica, y me pareció que más de la mitad eran escoltas. En un momento del acto, viendo que la esposa de Garzón estaba a mi lado, empecé a hablar con ella. Era una señora de unos cuarenta y tantos, morena, elegante, muy simpática y con ese punto andaluz tan agradable. Se interesó por mi trabajo sobre Imanol, me contó que habían estado en varios de sus conciertos en Madrid y que le habían animado a trabajar en ese cambio de estilo en el que él estaba metido, musicando a Góngora y otros poetas del Siglo de Oro. Imanol estaba trabajando en un repertorio más dirigido al público español en general que al vasco. Y hablamos y hablamos y, sin saber cómo, la comitiva desapareció y nos encontramos solos en un salón de actos en el que, unos técnicos, daban los últimos toques a la instalación de sonido. Allí no estaba nadie del grupo inicial, ni ningún escolta de nadie y, de repente, me entró una especie de angustia, imaginando a su marido tratando de localizarla, a sus escoltas preguntándose qué había sido de ella, y en qué momento podía haber sido secuestrada. Y se lo comenté, pero ella no dio especiales muestras de preocupación, y creo recordar que le quitó importancia. Y seguimos charlando tan amigablemente durante más de media hora, mientras (luego lo supe) la comitiva oficial tomaba café y preparaba el acto de homenaje. También me comentaron después, que el juez había preguntado por su esposa, pero sin demasiada preocupación.

Así pues, al rato y poco a poco, fueron llegando los miembros de la organización. Alguno me dio una palmada en el hombro, me preguntó que dónde había estado y yo traté de explicarle aquel despiste, que en mi era algo normal, pero en aquellas circunstancias había sido, una irresponsabilidad, una temeridad o, al menos una falta de atención imperdonable. Al poco rato, llegó Rosa y cogiendo a mi acompañante del brazo, se la llevó a la primera fila del salón. En ese momento me molestó aquel gesto, pero luego me sentí aliviado porque cuando, al poco rato, llegó su marido, la encontró en buena compañía. Nunca he comentado con Rosa aquella situación embarazosa, pero algún día lo haré. Supongo que ella, como mujer, sí se había percatado del fallo de seguridad de los escoltas del juez y eso en el País Vasco era muy grave. Perfectamente podía haber sido víctima de un secuestro, o un atentado, sin que los escoltas se hubiesen enterado de nada, porque la esposa del juez Garzón era, sin duda, un buen trofeo para ETA, que en aquel momento buscaba solo popularidad. Además, la entrega del premio era cosa conocida en Ermua y la llegada de la pareja y su comitiva de seguridad, a la población, fue bastante ruidosa. Pero bueno, todo había vuelto a la normalidad, nadie comentó nada, y el juez Baltasar Garzón recibió la medalla correspondiente. Javier me hizo una foto con el matrimonio, para documentar mi trabajo y, mientras el juez atendía a los medios, ella se despidió con una sonrisa y un “Nos hemos echado un ratito”, frase que yo nunca había escuchado, pero que después, cada vez que la oigo, me trae a la memoria aquellos momentos.

Javier y yo nos volvimos a San Sebastián y, como era tarde, paramos a cenar algo en el Zubiondo de Zarauz, el restaurante que Joseba, su propietario, había convertido en una especie de capilla de Oteiza, a la que acudían en tropel sus admiradores, para ver si coincidían con él, en las comidas o en las cenas. Pero el artista había fallecido un par de años antes y las peregrinaciones habían finalizado. Aquella noche coincidimos con una cuadrilla de chicas que andaban celebrando la despedida de soltera de una de ellas, a la que habían coronado con una docena de terribles falos de goma espuma y sometieron a otras bromas sinsorgas que no entiendo a quién le pueden hacer gracia. Ahora comprendo la actitud de mi amigo Walter, que en su última liturgia de soltería en Guayaquil, se bebió cuatro vasos de whisky, nada más sentarse a la mesa, y cayó casi desmayado, para evitar pasar por aquel vía crucis.

Fanny Rubio me dijo que se llamaba Rosario Molina, “Yayo” para los amigos

Meses más tarde, me tomé un café con Fanny Rubio en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y comentamos el episodio de Ermua. Yo no sabía el nombre de aquella señora, que era amiga suya, y ella me dijo que se llamaba Rosario Molina, “Yayo” para los amigos. Le mandé un saludo, que espero haya recibido. Más adelante, el juez se fue dos años a EEUU y no pude rematar la entrevista. Cuatro años más tarde, con el trabajo ya casi finalizado y que, por distintas circunstancias, cambió el formato de libro de entrevistas, por el de CD/DVD y concierto, Fanny me regaló un curioso video que incluí en el DVD. Se trataba de un corto que su hija Clara López Rubio (la misma que ha realizado el reportaje de Garzón y Assange) había rodado en Alemania, pocos años antes de la muerte de Imanol, en el que éste interpretaba a un republicano exiliado durante la Guerra Civil que trataba de volver a España con su hija de ocho años, de nombre Aurora, que está interpretado por Aurora Garzón Molina, la hija pequeña de Baltasar y Rosario. En el corto de trece minutos y medio, aparecen también, como actores, la propia Fanny y Juan Pancorbo, que es quien firma, con Clara, el reportaje sobre el affaire Garzón & Assange. Es que las vidas hacen recorridos sinuosos e insospechados…

Acabo de contactar por facebook, con ella y nos hemos enviado abrazos virtuales.