Moderna inquisición - Julio Lleonart

El ser humano vive, como sociedad, momentos mejores y momentos peores. Como humanidad hemos tenido la Edad de Oro, el Siglo de Oro…, momentos en los que la cultura y la sociedad hacían que culturalmente y como sociedad se avanzase hacia adelante con ímpetu, con renovación, poniendo todo lo que se tenía por sabido en duda, con espíritu crítico, llevando al ser humano a nuevas cotas de brillantez. El Renacimiento y la Ilustración son, también, buenos ejemplos de ello. También se vive, como colectivo, momentos de retroceso, momentos de oscuridad, de vuelta al pasado… La Edad Media, por poner sólo un ejemplo de tiempos oscuros, sería el paradigma de lo que estoy pretendiendo definir.

Si a quién lee estas líneas se le preguntase en qué momento del hombre nos encontramos, si en uno más cercano a la Ilustración o uno más parecido a la Edad Media

Si a quién lee estas líneas se le preguntase en qué momento del hombre nos encontramos, si en uno más cercano a la Ilustración o uno más parecido a la Edad Media (en cuanto a comportamiento social y cultural se refiere), ¿qué respondería? Es posible que muchos pensasen en que las libertades que disfrutamos como individuos son mayores que nunca, que los derechos humanos se han asentado para no retroceder, que la tecnología nos hace más libres, más felices, más conectados, más informados… Y que por tanto deberíamos estar más cerca de la Ilustración que de la Edad Media… Pero no.

Las redes sociales, el hecho de que cualquiera pueda crear una web o un blog y escribir lo que quiera, el hecho de que las búsquedas por internet funcionen (de forma mayoritaria siendo Google Chrome el explorador más instalado en nuestro país y Google el buscador más utilizado) por algo que se llama “algoritmo” hace que ciertas fórmulas consideren que el contenido “de calidad” (es decir, con una mínima estructura, mínimamente coherente, con una serie de etiquetas, con una extensión y acompañado de enlaces y fotografías, y con un tiempo de lectura mínima) es algo que los usuarios de internet deciden y premian con visitas.

Hoy en día existen en internet personas que dudan de la eficacia de las vacunas. Y lo defienden. Y acusan de complejos complots a las farmacéuticas, gobiernos y médicos.

Existen personas que dudan del cambio climático, de la eficiencia de la medicina… defienden que la homeopatía funciona, o abrazan la última dieta paleoloquefuere

Existen personas que dudan de los derechos adquiridos por las mujeres y el colectivo LGTBI… De hecho no es que duden de dichos derechos, es que defienden que existen lobbies y que las agresiones que refieren estos colectivos no existen, no se dan y que tanto el feminismo como el colectivo LGTBI tienen una agenda de “conversión” y pretenden imponerla (y además van ganando a los que no opinan de la misma manera). Existen personas que dudan del cambio climático, de la eficiencia de la medicina… defienden que la homeopatía funciona, o abrazan la última dieta paleoloquefuere, sin que haya estudios que demuestren mínimamente lo que defienden y sí que los haya a cientos que refuten este pensamiento.

Todos estos textos, todas estas formas de pensar, ampliadas por blogs, webs, buscadores y por los altavoces que suponen las redes sociales para que cualquiera pueda esparcir este tóxico pensamiento generan la época de las fakenews, la mentira, la postverdad con un efecto que ha bautizado Juan Soto Ivars en su ensayo Arden las redes, como postcensura.

¿Qué es la postcensura? Grupos de usuarios organizados, da igual que sean de derechas, de centro, de izquierdas, liberales, progresistas, conservadores…

¿Qué es la postcensura? Grupos de usuarios organizados, da igual que sean de derechas, de centro, de izquierdas, liberales, progresistas, conservadores… Da igual que sean heteros, feministas, machistas, homosexuales, lesbianas, transexuales… Da igual que sean trabajadores, autónomos, empresarios… El caso es que de alguna manera se organicen en torno a un tema “candente” y se dediquen a censurar lo que como “colectivo” (aunque sea difuso) consideran que no debe ser. Persiguen personas (físicas) a través de las redes, acosan, insultan, buscan sus lugares de trabajo o empresas para las que el acosado trabaja, sus relaciones, su estatus… Generan campañas brutales que pocos individuos soportan, que nadie debería soportar, por odio. Consiguen que personas que hace poco eran anónimas terminen en la picota pública, y sin pasar por un juicio (de un tribunal, con un juez –o varios- siguiendo todos los procedimientos judiciales y todas las guardas que se debería) terminen perdiendo amistades, trabajos, posiciones públicas (sí, también se aplica a políticos, presentadores de televisión, periodistas, etc.).

La sociedad interconectada se comporta como berreantes y voluntarios tribunales de la Inquisición o de Salem

Hoy en día, con una sociedad más conectada, con virtuales e inacabables bibliotecas, con acceso a cualquier conocimiento, a cualquier arte (museos, archivos musicales, documentales, etc.) no hemos conseguido una sociedad y unos seres humanos más informados, más lógicos, más racionales. Se debate menos, o al menos peor. Se es más ciego ante la verdad, la realidad, lo coherente, lo lógico… Y lejos de ello, la sociedad interconectada se comporta como berreantes y voluntarios tribunales de la Inquisición o de Salem, más cercanos a defender cualquier superchería infundada que a trabajar por la verdad, por la ponderación.

Y el problema es que muchas veces este tipo de actitudes no queda sólo en las redes sociales (donde somos capaces de ver lo peor del ser humano, insultos, amenazas, morbosidad a niveles de depravación no vistos o aireados con anterioridad). Hemos visto estos comportamientos a las puertas de los juzgados, aplausos o insultos cuando llegan imputados, como si la justicia en nuestro país fuera cosa de partidos de fútbol con hinchas apoyando o insultando.

Hemos visto cómo la gente envalentonada puede quemar banderas constitucionales, ejemplares de la Constitución, o alegrarse de muertes, de agresiones, o de daños ocurridos a personajes que consideran dañinos.

Hemos visto cómo sin conocimiento de la complejidad procesal de casos judiciales penales, sin conocer pruebas, o con filtraciones interesadas de la información se pide prisión, se pide que un juez se pronuncie de determinada forma, se considera que los imputados no tienen derecho a una defensa, o se exige que se retire de su trabajo a policías por sus comentarios en grupos de whatsapp privados… De hecho, hemos llegado a encontrarnos con quejas porque a un imputado, considerado enfermo, no se le aplique la ley de la misma forma que se le aplicaría a alguien no enfermo.

Lejos de funcionar como un grupo de individuos formados, racionales, lógicos, y con los elementos que la tecnología pone a nuestro alcance, nos comportamos como masas ininteligentes, gritonas, enfadadas, insufladas de odio, que siempre encuentran a alguien que culpar y que odiar.

No es un daño individual el que estamos infligiéndonos, es un daño colectivo, y todos somos responsables

Y la pregunta que hay que hacerse una vez se hace la reflexión de que nos estamos acercando más a una nueva Edad Media que a un momento de Ilustración es ¿por qué? ¿Por qué como seres humanos avanzamos libremente, casi felices, hacia un tiempo más oscuro? ¿Por qué se renuncia a la razón, o a la lógica? ¿Por qué preferimos participar en acosos físicos y virtuales sin pararnos a pensar, a racionalizar, a pensar qué haríamos en el lugar de la víctima a la que estamos acosando (porque por muy culpable que pueda llegar a ser, cuando la acosamos la hacemos nuestra víctima)? Y esa pregunta, o preguntas, es algo que hay que hacerse, cada uno de los que leéis estas líneas, delante de un espejo. Porque no es un daño individual el que estamos infligiéndonos, es un daño colectivo, y todos somos responsables.