El avión había cogido altura y empezaba a adormilarme cuando la persona que se sentaba a mi lado inició una conversación. Su historia me interesó. Jawara volvía a Senegal después de 8 años viviendo en España. Iba por fin a reencontrarse con su hijo a quien no veía desde que era un bebé. Su aventura, por tierra europeas, comenzó en el consulado francés en Senegal, solicitando una visa turística Schengen (esta visa permite movilidad libre por los 26 países europeos que han firmado el Acuerdo Schengen), en 2010, para visitar a unos familiares de origen senegalés que habían emigrado a París y que le habían facilitado una carta de invitación. Con ella concedida llegó a Francia. Tras un par de meses parisinos, se fue a Marsella y, en el momento en el que estaba apunto de terminar su visado, cruzó la frontera y recaló en Barcelona.
En esa ciudad española, debutó su nueva vida como mantero en situación irregular por agotamiento de la visa
En esa ciudad española, debutó su nueva vida como mantero en situación irregular por agotamiento de la visa. El trabajo era duro: cargas de peso, carreras constantes, frío, calor y el temor persistente de ser detenido y expulsado. Ya sea por esto o por otras causas, una enfermedad que arrastraba desde Senegalse agravó y le condujo directo a un hospital. Estuvo muy enfermo durante más de 15 días. Pero, como me explicó, el buen sistema sanitario español le atendió, cuido y recuperó. Restablecido, cambió de localidad en Cataluña pero siguió como mantero. Fue varias veces detenido y en una de las ocasiones se le acusó de un delito más grave: delito contra la propiedad industrial (cuyos antecedentes, nada olvidan los archivos policiales, casi le dejan sin poder subirse a nuestro avión). La vida en Cataluña se hacía dura. Decidió buscar otros aires e irse a Andalucía.
Se estableció en un pueblo de Granada y fue contratado en una panadería industrial en la que trabajaban varios senegaleses más. Su vida se asentó y consiguió el permiso de residencia legal y trabajo en España —no me supo explicar cómo, aunque muy posiblemente fuese por arraigo—. Al poco, se casó con una española de una ciudad cercana, para ello previamente se divorció de su mujer senegalesa a la que hacía años que no veía, quien previamente le había abandonado por otro, dejando al hijo común con los padres de él.
Jawara es el mayor de cinco hermanos, tres de ellos mujeres. Durante sus años en España ha estado mandando regularmente dinero a su familia, que vive en una localidad de Senegal Mbour (región de Thiès), de donde sale una gran parte de la emigración de ese país. Su madre, me contó con dulzura hacía ella, fue quien le empujó a emigrar: los hijos mayores, en la cultura senegalesa, tienen la obligación de sostener a la familia. Gracias a ese dinero mejoró la suerte de sus padres, sus hermanas habían estudiado y su hijo soñaba un futuro.
Hubiera querido prosperar en Senegal. Vivir con sus padres, sus hermanos, cuidar a su hijo. Ese pasado no volverá
A pesar del orgullo por el compromiso con su familia, una cierta amargura destilaban sus palabras. Hubiera querido prosperar en Senegal. Vivir con sus padres, sus hermanos, cuidar a su hijo. Ese pasado no volverá. Sabía que su vida pertenecía a un nuevo país y que no sería fácil el retorno a su casa. Por ello, aunque su sueño máximo era regresar y trabajar en Senegal, su sueño sensato era lograr en el consulado español un visado de reagrupamiento familiar (esta está siendo la vía de entrada legal más importante en Europa en los últimos años) para llevarse a su hijo a España. Su trocito de familia, de Senegal…
Volvimos a adormecernos, pero no pude dejar de pensar en que esta historia es una muestra de los problemas de la integración Europea, de las graves consecuencias que se derivan de la falta de desarrollo del África Subsahariana y de los anhelos de cada inmigrante.
La integración europea implica la desaparición de las fronteras internas. Sin embargo, aunque las leyes sean comunes (las de visados), las estructuras administrativas que los gestionan son nacionales. Los consulados de cada país emiten sus visas, según sus intereses, pero una vez concedidas permiten la movilidad por una Europa sin barreras físicas y que los emigrantes se muevan a donde más les convenga, aunque acaben en situación irregular. Si Europa quiere mantener el gran logro de la libre movilidad —que es el del germen de la ciudadanía europea—, resulta difícil pensar que lo consiga si no asume mayor integración de esas estructuras administrativas. No parece suficiente la coordinación, la confianza en las buenas acciones y el control de la frontera externa. Otra alternativa, casi seguro conducirá al restablecimiento, de una u otra forma, de las fronteras interiores.
Otro hecho del que hay que tomar conciencia es que la expulsión de un inmigrante en situación irregular, una vez situado en un país europeo, no es sencilla. Pueden ser detenidos múltiples veces, pero normalmente, aunque tengan orden de expulsión permanecen durante años antes de realizarse o de su regularización. También del hecho de que mientras son irregulares sus actividades más fácilmente pueden estar conectadas a prácticas ilegales, abusos laborales, etc. En el caso de muchos senegaleses, unos comerciantes natos, al top manta. Eso sí, como me contó Jawara, con productos suministrados por “mayoristas” marroquíes, muchos de ellos fabricados en China, con los que se enriquecen mafias y que a ellos solo les permiten malvivir. Sin embargo, cuando están en situación regular en general trabajan y se integran en la sociedad con cierta normalidad. Por eso es tan importante controlar la emigración irregular con dignidad y ver qué vías de emigración regular se pueden abrir o mantener.
Se arriesgan a dar el salto, impulsados por sus propias familias, emulando a quienes ya han llegado y les sirven de ejemplo y red de acogida. Entre tanto, sus gobiernos pueden ver la emigración como una manera de liberar presiones sociales y de recibir transferencias que equilibran sus balanzas de pagos
Porque no olvidemos que la emigración procedente de África no es graciosa. Sucede porque hay zonas de una terrible pobreza, aunque no son los emigrantes de las zonas más pobres los que emigran, sino los que con un cierto nivel son conscientes de cómo podrían mejorar. En consecuencia, se arriesgan a dar el salto, impulsados por sus propias familias, emulando a quienes ya han llegado y les sirven de ejemplo y red de acogida. Entre tanto, sus gobiernos pueden ver la emigración como una manera de liberar presiones sociales y de recibir transferencias que equilibran sus balanzas de pagos. Claro que estos estímulos en el fondo les eximen de hacer profundas reformas, como un reparto de la propiedad de la tierra para ponerla a producir, que permitan que el crecimiento económico llegue a la gran masa de gente pobre de sus países. Por ello, Europa, si quiere cambios de verdad, debería ayudar a establecer incentivos claros que apoyen las buenas prácticas de esos gobiernos que mejoren la situación de sus ciudadanos. Pero sin moralinas, que son mayores de edad y quienes tienen la responsabilidad de sus países, tanto para lo bueno, como para lo malo.
Recordemos que los emigrantes sólo quieren mejorar sus vidas. Ven su país: su educación, su sanidad, sus oportunidades de empleo. Comparan. Anhelan. Y se arriesgan a un mundo mejor. Y como Jawara su sueño a veces se cumple. Pero tengamos muy presente que ese sueño es producto de una pesadilla, la pobreza, y que mientras no se resuelva seguirán llamando a nuestra puerta.