Doce días de Julio - Rosa Díez

Casi todos los días del calendario tienen su muesca terrorista y criminal. Hubo muchos años que incluso todas las semanas recibíamos noticia de un nuevo crimen de ETA… En el argot periodístico a esa etapa negra de nuestra historia se le llamó  “los años del plomo”…

Fueron años en los que cuando se sabía que un vecino estaba amenazado por ETA se convertía en invisible en su escalera… no fuera a ser que alguien se confundiera

Viene bien poner un nombre sonoro que cubra con  aparente rudeza la mucho más cruda realidad; aquellos eran los años de la complicidad y de la cobardía. Años en los que mucha buena gente´ llegaba a decir que “algo habrá que darles” (a los que asesinaban a inocentes)  para que dejen de matar. Años en los que el nacionalismo institucional “recogía las nueces” de los árboles que se inclinaban hacia la tierra por el peso de las víctimas.  Años en los que incluso alguna  gente de bien tras un atentado se preguntaba “por qué…” o si no habría hecho algo la víctima… Años en los que cuando se sabía que un vecino estaba amenazado por ETA se convertía en invisible en su escalera… no fuera a ser que alguien se confundiera.  Años en los que las personas que vivíamos con escolta sentíamos como se hacía un vacío en nuestro entorno cuando parábamos en un semáforo para esperar antes de cruzar la calle… Años en los que incluso familiares de víctimas vascas, tras un atentado, explicaban que su padre, su hermano… “no se metía en política”, o “era euskaldún”…

Eran años en los que los familiares de las víctimas,- muchos de ellos policías o guardias civiles destinados en el País Vasco para garantizar la seguridad de los vascos no nacionalistas y las libertades de todos los españoles-, venían a recoger los restos de sus hijos, hermanos, esposos… y tras un funeral discreto y humilde se llevaban el féretro casi de forma clandestina.

Años en los que todos esos nombres de escudos asesinados sólo se escribían al dar la noticia del crimen, para olvidarlos a las veinticuatro horas y no volver a repetirlos jamás. Años en los que una parte significativa de la jerarquía eclesiástica vasca se negaba a oficiar funerales para las victimas de ETA y despedía con honores, en la Catedral, a “unos jóvenes vascos” que murieron mientras preparaban una bomba para matar inocentes…

Florencio Domínguez, Rogelio Alonso y Marcos García Rey publicaron en el año 2010 un libro que da cuenta de ese horror recogiendo los nombres e historias de los ochocientos cincuenta y siete ciudadanos asesinados por ETA entre los años 1960 y 2009. Parece mentira, pero poner nombres e historia a todos y cada uno de los asesinados por ETA era una asignatura pendiente de nuestra democracia.

ETA pudo vivir entre nosotros durante tantos años gracias a la complicidad y la cobardía de una parte de la sociedad vasca en particular y española en general

Como ya he recordado en alguna otra ocasión es importante tomar conciencia  -máxime ahora que hay tanto ignorante y tanto cómplice vestido de conseguidor empeñados en que olvidemos la verdad de lo que ocurrió- de que ETA comenzó sus crímenes cuando la dictadura franquista estaba en el ocaso y asesinó con la máxima virulencia contra la democracia, su enemigo mortal. Y, todo hay que decirlo, pudo vivir entre nosotros durante tantos años gracias a la complicidad y la cobardía de una parte de la sociedad vasca en particular y española en general. Cabe recordar que los asesinos de ETA no eran jóvenes luchadores por la democracia, sino asesinos despiadados que vivían entre nosotros. Y se aprovechaban de la falta de cuajo democrático de la sociedad.  Eso explica también el hecho de que tuvieran que ser un periodista y dos profesores  quienes acometieran la tarea de ayudarnos a conocer quienes son las víctimas, a conocer su historia, su dolor, la humillación que soportaron, el sacrificio que hicieron por todos nosotros…

En aquellos duros años era total la soledad de quienes se sabían víctimas. En privado recibías palmaditas en la espalda de los más allegados; en público, ni siquiera ellos te protegían contra el entorno hostil. Solo las dos sombras (o cuatro, según…) que caminaban a tu lado por las calles te recordaban que no estabas del todo sola… Y también por reconocimiento a esas sombras que habían dejado a los suyos a centenares de kilómetros de distancia para venir a protegerte decidías que merecía la pena seguir andando por las calles que otros querían vetarte para expulsarte- al menos civilmente- definitivamente de tu tierra.

Europa entera tardó mucho tiempo en aceptar que ETA no era un problema de España, sino una tragedia para los españoles y un enemigo para la democracia europea en su conjunto

En aquellos años tampoco recibíamos demasiada colaboración internacional. Los malos se mueven mejor que los buenos… recuerden esas palabras evangélicas sobre la astucia de los hijos de las tinieblas frente a los hijos de la luz… En Bélgica los terroristas vivían como en casa, acogidos y protegidos por los propios estamentos políticos que los consideraban , de facto, refugiados políticos aún después de que España fuera miembro de pleno derecho de la Unión Europea. En Francia tenían su santuario; iban y venían a sus anchas, utilizando el territorio del país vecino como banco ambulante y zona de entrenamiento. Allí se “formaban” los criminales; allí  recaudaban el dinero procedente de la extorsión a quienes decidían pagar por sus vidas a cambio de que los terroristas tuvieran más medios para matar a otros inocentes que no querían o no podían comprar con dinero su libertad. Europa entera tardó mucho tiempo en aceptar que ETA no era un problema de España, sino una tragedia para los españoles y un enemigo para la democracia europea en su conjunto. Mucho tiempo en comprender que no les pedíamos solidaridad sino acción conjunta contra el totalitarismo, un enemigo mortal de toda sociedad democrática que los europeos habían ya sufrido a lo largo de su historia.

En ese caldo de cultivo proclive siguieron viviendo y asesinando. Sintiéndose impunes gracias al rápido anonimato de los muertos, el silencio de los vivos, la complicidad de la mayoría silenciosa, la complicidad activa de los que recogían políticamente el fruto de que ETA existiera… ¡¡¡Cuantas veces escuché decir a dirigentes nacionalistas después de un crimen eso de “no son vascos…”!!!. Claro que eran vascos…Todos los terroristas de ETA son vascos, aunque, como tantas veces hemos debido recordar,  no todos los vascos sean terroristas.

Pero en aquellos años negros para la democracia también hubo momentos para la esperanza. Cierto es que esas reacciones se producían después de un crimen especialmente sensible desde la perspectiva de la opinión pública; y cierto es también que un uniformado asesinado jamás produjo una reacción similar… Pero lo que quiero destacar es que por la atrocidad de los crímenes, por una reacción inesperada ante la estrategia de ETA de socializar el miedo convirtiendo a toda la sociedad en posibles victimas, por la tardía reacción europea, por todo ello…,  una parte de la sociedad empezó a salir a la calle y plantarle cara a ETA, a perderle el miedo al miedo.

Hay un momento que nadie puede olvidar porque supuso una especie de latigazo colectivo a las conciencias apesebradas de la sociedad vasca

Qué duda cabe que hay un momento que nadie puede olvidar porque supuso una especie de latigazo colectivo a las conciencias apesebradas de la sociedad vasca. Me quiero referir  a esos 12 días de julio de 1997 que transcurrieron entre la liberación de José Antonio Ortega Lara, -el funcionario de prisiones secuestrado por ETA el 17 de enero de 1996, cuando tenía 38 años y que fue liberado por la Guardia Civil del zulo en el que estaba enterrado el 1 de julio de 1997, 532 días después de su secuestro-  y el día 13 de julio de 1997, día en el que ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco, el joven concejal de Ermua, secuestrado por la banda terrorista dos días antes, cuando tenía 29 años.

En esos 12 días pasamos de la alegría colectiva por la liberación de Ortega Lara (no exenta de horror al descubrir que los secuestradores lo habían convertido en un anciano, en en cómo habían tratado de destruir al ser humano que habitaba en aquel cuerpo torturado) a la estupefacción y el dolor por el vil crimen contra aquel chaval, concejal desconocido del Partido Popular, asesinado por ETA para “dar una lección” tras la operación de la Guardia Civil que liberó a Ortega Lara y capturó a sus secuestradores terroristas.

Nadie que viviera entonces puede olvidar las calles de Ermua abarrotadas de ciudadanos que pedían –durante los dos días que duró el secuestro-la liberación de Miguel Ángel. Nadie puede olvidar el escalofrío que nos recorrió a todos cuando confirmaron su asesinato. Nadie puede olvidar el gesto de retirarse la capucha negra, de dar la cara, de aquellos ertzainas  que siempre salían con el rostro tapado para que sus vecinos terroristas no les reconocieran.

Nadie puede olvidar al entonces Lehendakari Ardanza, subido en unos cajones en la plaza de Ermua proclamando, por vez primera en boca de un dirigente nacionalista, que no estaban de acuerdo con ETA ni en las formas ni en los fines… Tampoco nadie puede olvidar lo poco que le duró al PNV esa posición de dignidad democrática.

Hoy, cuando están a punto de cumplirse veinte años de esos dramáticos días de julio,  quiero recordar a los protagonistas y rendir homenajea los vivos y a los muertos. Quiero recordar a Ortega Lara, que nunca abandonó la esperanza y que siempre se mantuvo digno y fiel a su compromiso democrático. Al hombre que salió del zulo físicamente destrozado pero que nunca se dejó someter y mantuvo el espíritu libre y comprometido con los valores de la dignidad humana dentro de su cárcel y cuando ya estuvo fuera. Hasta el día de hoy. Gracias por tu ejemplo.

Quiero recordar a Miguel Ángel Blanco, cuya vida y asesinato provocó la mayor y más noble reacción contra ETA de nuestra historia democrática. Y quiero rendir homenaje particularmente a sus padres, cuyas imágenes nunca jamás olvidaré.

También quiero recordar a los ciudadanos anónimos que salieron a la calle a gritar contra ETA y por la libertad. A esa gente, miles y miles en todo en el País Vasco (en el resto de España es más fácil…) que desde ese día no les metió en casa … ni dios.

El mejor homenaje que podemos brindarles a las victimas vivas y muertas es comprometernos a seguir luchando

El mejor homenaje que podemos brindarles a las victimas vivas y muertas es comprometernos a seguir luchando. Sí,  hay que seguir luchando a pesar de todos esos mensajeros de  “paz” (la palabra más manoseada de la historia) de ciertos personajes que quieren que olvidemos que en España hubo ( y aún hoy existe) una organización de vascos terroristas  dispuesta a matar a cuantos inocentes hiciera falta para aniquilar la democracia e imponer su modelo de  sociedad totalitaria. Sí, hay que seguir  a pesar de que quieran borrar la historia, a pesar de que homenajeen a los terroristas que vienen de las cárceles y pidan a las victimas que bajen la cabeza…; sí,  a pesar de todo eso, -o quizá precisamente por eso-, hay que mantener viva la memoria y hay que seguir luchando. Se lo debemos a todas las víctimas y nos lo reclaman los más de trescientos crímenes de ETA aún sin juzgar.

Doce días de julio para recordar y para comprometerse a luchar. In Memoriam.