El populismo nacionalista - Jaime de Berenguer

El populismo aplicado a la política era un concepto desconocido por casi todos nosotros hasta que el capitalismo global, la globalización sociocultural, la crisis económica o lo que ustedes consideren cambió el orden político tradicional. La fecha de inicio de ese cambio suele hacerse coincidir con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 pero lo cierto es que el populismo tiene un terrible pasado, solo hace falta echar un vistazo al convulso siglo XX, y un formidable presente, por lo que se ve.

La real intención del populismo es la creación de una identidad social

El propio concepto de populismo es difícil de aprehender, como señalan Dorna o Laclau, ni siquiera hay un acuerdo entre los especialistas, pero todos creemos adivinar algunas características básicas como; simplificación de los problemas y las soluciones, negación de las instituciones de la democracia liberal como representativas del “pueblo”, el caudillismo por medio de un líder carismático que resolverá todos los problemas y la apelación constante a las emociones, lo que viene a ser el destierro de la razón. Pero si bien lo anterior es cierto, todas ellas no dejan de ser más que estrategias de lo que para mí representa su real intención, la creación de una identidad social. A grandes trazos, la creación de un conjunto de rasgos conductuales, psicológicos e ideológicos que distinguen o caracterizan a un grupo y que son asumidos por los miembros del mismo.

En España llevamos cultivando el peor de los populismos desde el mismo día en que se aprobó la Constitución del 78

En España, el populismo se ha identificado con Podemos (sin duda lo es) pero el populismo contemporáneo hispano no se circunscribe a este partido, ni siquiera a la quiebra de la economía mundial del 2008. Muy al contrario, en España llevamos cultivando el peor de los populismos desde el mismo día en que se aprobó la Constitución del 78. Porque populismo es lo que llevan haciendo los nacionalistas durante estos cuarenta años de Constitución para crear “su” identidad nacional y el desarrollo de la autoconciencia tribal. Para alcanzarlo han trasladado sistemáticamente un conjunto de ideas imprescindibles para la construcción nacional como la ocupación extranjera (de España por supuesto), la opresión del “pueblo” (obviamente ejercida por España) y la invención de un pasado mítico (independiente, diría que opuesto, a España). Todos ellos, ingredientes necesarios para manipular las emociones a través de un fuerte sentimiento de agravio y frustración que facilite la creación de un chivo expiatorio (España o Madrit) al que culparle de todos los males, creando de esta manera un vínculo exaltado e indeleble hacia su “verdadera nación”, al mismo tiempo que un odio visceral hacia los ocupantes, los enemigos, los culpables. En definitiva, el establecimiento de una línea divisoria entre dos grupos, el “nosotros” frente a “ellos”, la división social entre los buenos y los malos, entre los puros y los impuros.

Pero la construcción de la identidad etnográfica por medio del populismo no se alcanza solo con la diferenciación y la manipulación emocional, eso solo sirve para crear el clima motivacional que permita la verdadera construcción identitaria a través de la Historia (inventada), del adoctrinamiento educativo en las escuelas y los medios de comunicación fomentando estereotipos negativos y prejuicios, la producción artístico/literaria, la edificación de mitos y, sobre todo, la lengua. La lengua como elemento esencial discriminador entre la élite y el vulgo, el pata negra y el choni. En definitiva, como instrumento de oposición a los vecinos inmediatos y de exclusión de las minorías internas, su exclusión total, desde la función pública a la cultura, desde el arte a la política hasta lograr su confinamiento en guetos sociales y físicos, su muerte social.

El populismo nacionalista o etnopopulismo ha transformado los límites de la comunidad y ha degenerado hasta hacer elegir a quien lo ha sufrido entre sumisión o diáspora, entre vida o muerte

Este programa del nacionalismo populista ha tenido como único objeto la emergencia de un “pueblo” mediante la construcción de una frontera social, aquí no hacen falta muros físicos entre naciones como el de Berlín. En definitiva, un etnopopulismo que ha transformado los límites de la comunidad y ha degenerado hasta hacer elegir a quien lo ha sufrido entre sumisión o diáspora, entre vida o muerte. El populismo hispano lleva aquí muchos años, no es nada nuevo pero quien tenía que verlo no quiso hacerlo. Por eso, llama aún más la atención esa sumisión, cuando no colaboración, ante la evidente expansión territorial (v.g. Navarra, Valencia o Baleares) por el que suspira siempre todo nacionalismo que pretende aumentar su espacio vital con el pretexto de unir bajo una misma bandera la etnia. No se trata de defender el territorio, sino de defender la libertad de los que viven en él.