El fragor mediático de la reciente sentencia del juicio de “La Manada” se está atemperando y estará posiblemente casi extinguido en poco tiempo, sepultado por los nuevos puntos de atención sobre los que espontánea o calculadamente se ponga el foco; sepultado, al menos, hasta que recaiga sentencia definitiva sobre el caso.
Opino desde la posición de independencia actualmente de cualquier organización pero con el bagaje de la participación en el pasado en el movimiento feminista; para más concreción, del feminismo de la igualdad, frente al feminismo de la diferencia
No obstante, como el interés de estas respuestas sociales trascienden el caso particular, me parece necesario abundar sobre las mismas y sobre el escenario en el que se producen. Las reacciones interesan, sobre todo, por lo que tienen de paradigmáticas del estado de la cuestión de la mujer y por ello es útil reflexionar sobre algunos de los aspectos que se pueden valorar en ellas. Opino desde la posición de independencia actualmente de cualquier organización pero con el bagaje de la participación en el pasado en el movimiento feminista; para más concreción, del feminismo de la igualdad, frente al feminismo de la diferencia, hasta donde hoy pueda considerarse vigente esa categorización en un momento en que el movimiento es tan abundante en tendencias, tan heterogéneo internamente que se hace difícil incluso encontrar puntos de contacto entre unas y otras corrientes. Considero imprescindible esta autodefinición parcial para ahorrar esa tarea al amable lector que se interese por estas líneas porque, casi inevitablemente, se sentirá tentado de indagar sobre la adscripción de quien emite un juicio en un asunto de tanta carga ideológica.
La repulsa por este tipo de sentencias casi se limitaba a las organizaciones feministas y su resonancia en prensa era escasa
Una primera impresión del contexto nos lleva a apreciar, especialmente desde el pasado 8 de marzo, un salto sin precedentes en la presencia en la calle y en los medios de mujeres exigiendo la igualdad plena. Este hecho, de entrada, suscita optimismo en cuanto es síntoma de que se ha extendido la conciencia de la necesidad de una sociedad más igualitaria a capas más amplias. Como ejemplo del cambio, veo las manifestaciones en las calles y la repercusión en los medios tras la sentencia de Pamplona y la comparo con la de la manifestación, de finales de los ochenta o año 90, donde varios cientos de mujeres protestábamos por la llamada sentencia de la minifalda, ratificada por el Supremo, en la que un juez de Lérida sentenció al pago de una multa de 40.000 pesetas al autor de un delito de abusos sexuales a una empleada considerando que este se sintió provocado por la forma de vestir de la víctima. No era la única ocasión en la que se utilizaba esta clase de estereotipos en sentencias sobre delitos contra la libertad sexual (creo que entonces aún se llamaban contra la honestidad); hubo otras en las que a la hora de valorar el consentimiento o ausencia del mismo de la víctima, se consideraba que sin una resistencia heroica, no se podía hablar de violación. La repulsa por este tipo de sentencias casi se limitaba a las organizaciones feministas y su resonancia en prensa era escasa en comparación con la que ahora tiene cualquier acto, ya sea judicial o de otro orden, en el que se perciban o supongan prejuicios de carácter machista sobre las mujeres. Hay que felicitarse por ello porque es señal de que el feminismo no es ya un movimiento de élites sino que sus ideas han calado y se han generalizado.
Paradójicamente, el movimiento se extiende y tiene más repercusión mediática cuando queda menos camino por recorrer, menos espacios por conquistar
Paradójicamente, el movimiento se extiende y tiene más repercusión mediática cuando queda menos camino por recorrer, menos espacios por conquistar. Una prueba de ello es que ya no hay, hasta donde sabemos, sentencias como la de la minifalda y las discrepancias que se puedan tener con la del momento o con otras no tienen como causa que se hayan utilizado estereotipos machistas tan burdos sobre la víctima, sino con lo que una parte de la sociedad considera penas insuficientes para delitos a los que le atribuye una gravedad mayor que la que le aplica el Código Penal, o bien cuestiona la difícil interpretación que hace un tribunal de unos hechos donde las casi únicas pruebas de cargo o descargo son las declaraciones de víctima y acusados. Sin embargo, ahora hemos visto que los ánimos se han caldeado hasta el punto de recoger un millón de firmas para inhabilitar a unos jueces sin conocimiento ni de Derecho Penal ni de la sentencia y, por supuesto, obviando que la misma no es firme y se puede recurrir para que el Supremo corrija el posible error, en el caso de que lo haya. Diría que ha sido una reacción ciudadana sin precedentes, de mujeres sobre todo, pero también de muchos hombres ante lo que una mayoría de la opinión publicada ha considerado una sentencia atroz por lo benévola con los acusados cuando esperaban una sentencia ejemplarizante, frase algo tenebrosa que induce a pensar que algunas esperaban que estos acusados sirvieran de chivos expiatorios no solo de sus culpas sino de todas las de su sexo.
Cada grupo ha aprovechado para lanzar su proclama y, así, nos hemos encontrado con una variedad de mensajes a veces contradictorios, pues bajo la etiqueta feminista nos encontramos, por citar dos extremos, tanto a quienes piensan que existe una tendencia innata del hombre a la violación como a representantes de corrientes como el movimiento queer que niega existan determinaciones biológicas, pues entienden las identidades de género como construcciones sociales hasta el punto de obviar la biología.
Tal ha sido la reacción que ha puesto a prueba el coeficiente de populismo y de mediocridad de cada partido o dirigente. Y es en este punto donde compiten a la baja las declaraciones totalmente inapropiadas del ministro de Justicia, sobre el juez que emite un voto particular en el que considera que se debe absolver a los reos, con las de los dirigentes del PSOE que han olvidado oportunamente que fue un gobierno de su partido el que elaboró el Código Penal vigente, código en el que su actual portavoz parlamentaria tuvo participación activa, como subsecretaria de Justicia, y gobierno en el que participó a continuación como secretaria de Estado de Interior.
Habría sido muy ejemplar que las declaraciones socialistas sumándose a la protesta popular se hubiesen acompañado de autocrítica si verdaderamente piensan que lo que era progresista en 1995 ahora ha pasado a ser justicia patriarcal
De la fábrica de ideas del PSOE salió, pues, la actual tipificación de los delitos contra la libertad sexual, derogando la vigente hasta 1995, a tenor de la cual, partiendo de la credibilidad que el tribunal otorga a la víctima, a los acusados se les habría condenado con penas más altas por violación. Habría sido muy ejemplar que las declaraciones socialistas sumándose a la protesta popular se hubiesen acompañado de autocrítica si verdaderamente piensan que lo que era progresista en 1995 ahora ha pasado a ser justicia patriarcal. Si lo que piensan es que no fue un error sino que siguen considerándola válida y progresista, lo correcto habría sido guardar silencio o, mejor aún, seguir, pese a todo, defendiéndola. Se habría apreciado ese gesto heroico en medio del griterío más allá de la opinión que a cada cual merezca el cambio. Hoy nos recordaba el catedrático de Derecho Penal que ha dimitido de la comisión creada por el Ministerio de Justicia para la reforma de los delitos sexuales que esta convocatoria urgente le recuerda al “sano sentimiento del pueblo”, introducido en el Código Penal alemán durante el nazismo. Al menos, es una suerte que los catedráticos no se tengan que presentar a las elecciones.
Se yerra el tiro cuando se ponen en cuestión pilares del Estado de Derecho como la independencia judicial o se pretende tirar por tierra la especialización técnica que requiere juzgar, al empeñarse en hacer juicios sumarísimos en la calle
No quiero pasar por alto que, en medio de una ola de irracionalidad, veo algo positivo, aunque quede oculto por las actitudes desbordadas. Considero que es acertado poner de relieve la gravedad de los delitos contra la libertad sexual expresando la indignación por el hecho de que las mujeres encuentren coartada su libertad en el espacio urbano por el temor a ser agredidas y pienso que es educativo que se exprese la condena a los individuos que pisotean la libertad de las mujeres para decidir su actividad sexual. No sobra este recordatorio porque hay varias generaciones de hombres para los que la pornografía ha sido su escuela de educación sexual y a algunos tal vez se les han trastocado los conceptos. Por eso hay que decirles a algunos que lo que ven en esas películas no es la forma deseable de sexualidad y muchas veces es absolutamente condenable. Pero, junto a estos aspectos positivos de las manifestaciones y declaraciones, hay que recordar que se yerra el tiro cuando se ponen en cuestión pilares del Estado de Derecho como la independencia judicial o se pretende tirar por tierra la especialización técnica que requiere juzgar, al empeñarse en hacer juicios sumarísimos en la calle.
De otro cariz han sido las opiniones en las que se insiste en la reivindicación de aplicar la perspectiva de género en la justicia. Este concepto, sobre el que tanto vamos a oír hablar, requiere una concreción que hoy día está lejos de tener y, en lo que nos ocupa, la justicia penal, muchas precisiones. Porque, ¿qué se pretende decir cuando se solicita aplicar perspectiva de género al ámbito judicial?
Lo que chirría, y afortunadamente viene de ámbitos no profesionales, es aspirar a que aplicar esa perspectiva de género desemboque en la quiebra de los principios que sustentan el sistema judicial al pretender que se debe dar un crédito extra o una posición de privilegio en el proceso a las mujeres por el hecho de serlo
Aplicar perspectiva de género puede razonablemente entenderse como eliminar estereotipos sobre la mujer, iguales o similares a los que hemos mencionado más arriba, que puedan condicionar una sentencia en sentido desfavorable para ellas, combatir prejuicios sobre los roles que debe asumir una mujer o juicios de carácter moral, etc. Esto es justo, necesario y si hay todavía vestigios de esta mentalidad que se reflejen en las sentencias, se deben poner medidas por parte de los responsables para combatirlo a través de los planes de formación. También es lícito considerar dicha perspectiva como un instrumento para evaluar la existencia de relaciones de poder desequilibradas, aunque tengo la idea de que esto ya forma parte de la técnica jurídica que se aplica al juzgar si se hace con la pericia necesaria. Lo que chirría, y afortunadamente viene de ámbitos no profesionales, es aspirar a que aplicar esa perspectiva de género desemboque en la quiebra de los principios que sustentan el sistema judicial al pretender que se debe dar un crédito extra o una posición de privilegio en el proceso a las mujeres por el hecho de serlo. Si se hurga en estas posiciones, se ve que en ellas late esa concepción de homogeneización de las mujeres, tan falseadora como la de la homogeneización de los hombres, pareja con el victimismo esencial en el que algunas parecen pretender sumirlas.
No es de recibo la invitación a una victimización perpetua porque para eliminarla es para lo que se ha luchado. A quien pretenda que las mujeres se anclen en el estatus de víctimas, se le podría decir que eso supondría el fracaso del movimiento feminista porque de lo que se trataba es de lograr la plenitud de los derechos civiles y políticos, la igualdad de oportunidades para el desarrollo pleno, la libertad, la autonomía para determinar su sexualidad y cualquier esfera de su vida y la eliminación de la mentalidad que considera a la mujer un ser inferior condenada a ser ciudadano de segunda. En este camino, la variedad de situaciones, de logros, es tan amplia como diversa es la sociedad y el acceso a los recursos públicos y privados. Mucho de lo que queda por conquistar depende de la educación, destinada a cubrir un papel crucial en el cambio de mentalidades, de la toma de conciencia individual y, sobre todo, del ejemplo de las mujeres que remueven obstáculos para ejercer su libertad.