Julian Besteiro

¿Es posible, o tiene sentido, hablar de una memoria colectiva?

La memoria es la facultad de organismos vivos individuales que permite recuperar o volver a experimentar como abstracción aquello que ya experimentaron en el pasado. Así definida, se trataría de una capacidad atribuible a organismos biológicos individuales vivos en el momento de ejercer esa memoria y en relación con acontecimientos que ellos mismos experimentaron sin mediación.

Desde esta perspectiva restrictiva no cabría hablar de una memoria colectiva. Y sin embargo tenemos las historias de familia, los mitos y los cuentos, las sagas, las canciones y toda la pléyade de relatos más o menos elaborados que permean la mirada presente y sedimentan. Cuando nos cuentan, desde ese momento en adelante, ya recordaremos: acumularemos, incorporaremos el pasado a nuestro presente. Es inevitable, nada hay tan consustancialmente humano.

La memoria guarda pues estrecha afinidad con mecanismos propios de la ficción. Para narrar y transmitir hay que ordenar, jerarquizar, seleccionar, excluir, hilvanar; importar al presente y a la realidad desde otro tiempo u otro lugar. “En el momento en que se aspira a que la palabra reproduzca lo acontecido, lo que se está haciendo es suplantar y falsear esto último”. Cuando los hechos reales pasan al papel se deforman al convertir en sucesivo lo simultáneo”. Este es un extracto del discurso de ingreso en la Real Academia pronunciado por Javier Marías en 2008, un autor cuya obra gira en gran medida en torno a los peajes, las servidumbres y las consecuencias –muchas veces imprevistas- del narrar y de escuchar lo narrado. No he querido saber, pero he sabido…

Asumiendo el menoscabo, la merma, que resulta de trasladar al papel los hechos reales aceptamos la función de la Historia desde los tiempos de Herodoto y nos interesan las conclusiones de los historiadores, que fácilmente saltan la barrera de lo académico hacia lo profano. Para atender a lo que se cuenta confiamos en la deontología, en la metodología, en las fuentes, en el prestigio ganado y en el espíritu científico del historiador: algo posible donde hay diversidad y donde existe una comunidad científica digna de tal nombre.

Emparentado con el concepto de memoria colectiva (y aparentemente al lado del de “historia”) está el de “memoria histórica”. Esta última vendría a significar el corpus de interpretaciones o conclusiones históricas (respecto de la historia) que comparte como sustrato, en mayor o menor grado, una colectividad. Es, bien un consenso, bien un punto intermedio entre versiones dispares o una versión consolidada por decantación o imposición. O un conflicto todavía abierto sin relato cerrado.

La memoria histórica más que un libro (de historia) es una agenda

Dicho sin ánimo proverbial: la memoria histórica es lo que deberían saber sobre la historia los que no saben historia (y sus hijos y sus nietos). Si la historia quiere saber, la memoria histórica necesita que sepas. La memoria histórica más que un libro (de historia) es una agenda. Tiene una finalidad y requiere de una mediación distinta -o al menos correlativa- al trabajo de los propios historiadores. Requiere de un propósito, de un impulso distinto del científico y hasta de una Ley (al menos en el caso de España desde el año 2007). En nuestro país la teleología del afán memorialista ha sido dotada de un claro afán compensador. ‘Hay que’ compensar los cuarenta años de exégesis franquista, ‘hay que’ equilibrar unos homenajes de décadas por otros nuevos, ‘hay que’ sustituir: quitar para poner.

Es el “hay que” lo que diferencia Historia y memoria histórica. Si la ciencia investiga en las batallas, en los papeles y archivos, en las fuentes, en las grandezas y miserias de los actores, en las causas y consecuencias… la memoria histórica (necesariamente política incluso en la más aséptica de las acepciones) se encarga del campo cuando ha dejado de humear.

La memoria histórica es en sí misma un proyecto legítimo, pero conviene identificar su semilla política para distinguirlo de la mera historia y sobre todo, para saber interpretar todo lo que sucede en sus aledaños, por su causa y en el contexto de la disputa del relato que la contiene (de raíz e índole altamente política). Hay contenidos difícilmente reprochables en la ley del 2007: por ejemplo todo aquello que se refiere a las ayudas para la apertura de fosas en busca de desaparecidos. Reparar un dolor real, legítimo y entendible. Otros ámbitos son y se han demostrado mucho más polémicos, como los referidos al callejero, a los espacios públicos o a la ‘versión oficial’ que se pretende termine llegando al curriculum escolar.

Iniciativa de nietos que invocan a los abuelos contra el propio trabajo político –sufrido, admirable, magnánimo- de esos abuelos

También cuestionable es el socavamiento práctico de la Ley de Amnistía del 77 (sin llegar a derogarla). Iniciativa de nietos que invocan a los abuelos contra el propio trabajo político –sufrido, admirable, magnánimo- de esos abuelos. Y de paso, un clavo más contra el llamado “régimen del 78”, que no se entiende sin esa Ley de Amnistía peleada en la calle por las izquierdas y sin el espíritu reconciliador que la animó. ¿Merece realmente la pena el ejercicio de comparar la actitud de Alberto Garzón o Pablo Iglesias con la del Partido Comunista de España de Marcelino Camacho?

La memoria histórica, en tanto que artefacto de la política tiene también sus aristas. Hace unos días la izquierda airada denunciaba el atropello cometido en el callejero madrileño contra la memoria de Indalecio Prieto y Largo Caballero a iniciativa de VOX, que se ha apoyado en la misma Ley (la de 2007, la de Zapatero) con la que se han retirado de la vía pública estatuas de Franco. Seguramente no será la última polémica de este género para gran provecho de populistas y para mayor crispación política. La historia como barato argumento en manos de irresponsables vocingleros o como hitos del programa electoral de la revancha.

¿No tenemos derecho a exigir aproximaciones más provechosas, ilustradas y edificantes a nuestra memoria, sin la constante reapertura de la caja de las bajas pasiones?

Más que entrar al trapo de intenciones evidentemente polémicas del partido radical o a analizar ambas figuras históricas (Prieto, todo sea dicho, con una trayectoria compleja, no exenta de contradicciones pero mucho más reivindicable, valiosa y recuperable que la de Largo Caballero), me interesa señalar algo que creo más importante y que además coincide en el tiempo con la polémica sobre los exministros republicanos.

¿Es la de Besteiro una memoria histórica secundaria para el PSOE de hoy?

Esos mismos días, el principal partido del gobierno dejaba pasar prácticamente inadvertida una efeméride significada: la del octogésimo aniversario de la muerte de Julián Besteiro en la cárcel de Carmona, ya bajo el nuevo estado franquista. Una oportunidad perdida para un auténtico acto de homenaje, memoria y reconocimiento de una figura respetada por cualquiera que hoy se llame demócrata y que reúne en su biografía la tragedia de nuestra guerra incivil. ¿Es la de Besteiro una memoria histórica secundaria para el PSOE de hoy?

Besteiro fue política y éticamente el sucesor de Pablo Iglesias Posse en el partido y el sindicato. Como el fundador: ante todo un organizador de trabajadores y concejal madrileño. También presidente en las Cortes constituyentes, cuyos debates moderaba con flema de caballero inglés según los diarios españoles de Carlos Morla Lynch.

Con su “España no es Rusia” clamaba contra el error de la polarización y de las vías insurreccionalistas (que no harían más que espolear a la reacción). Enfrentado al ala “caballerista” del partido y representando un socialismo democrático, humanista y progresivo trató de frenar la progresiva deriva sovietizante que trágicamente envenenó al PSOE desde el otoño del 34 y sobre todo a partir del 36 bajo el propio Largo y Negrín.

Durante la guerra Besteiro permaneció en Madrid, literalmente hasta el último día, dispuesto a correr la misma suerte que el más humilde de los madrileños. Trató de alcanzar una paz honrosa cuando todo estaba perdido, procuró el intercambio de prisioneros tras los frentes, ayudó a quien pudo y trató de evitar más derramamiento de sangre cuando el país se desbordaba.

Desde aquí un homenaje a la honradez y un ejercicio de memoria histórica para alguien que representa todo lo bueno que ha habido en la historia del socialismo democrático español y que forma parte de la mejor España. Esa que poco a poco reclama su espacio en la memoria que (se) cuenta y que va encontrando a sus apóstoles -Julián Marías, Chaves Nogales, Morla Lynch, Madariaga, Ortega, Pérez de Ayala…-, siempre fuera de la maldita rueda cainita.