La gestación subrogada (en adelante GS), o como también se la conoce, “el vientre de alquiler” (término que, aunque no guste a sus defensores, lo define de forma atinada), viene suscitando acaloradas discusiones, lo cual tampoco debería sorprendernos pues se trata de un fenómeno de una gran complejidad social, moral y jurídica. Es, por lo tanto, uno de esos temas llenos de matices y diferentes puntos de vista que difícilmente permiten “sentar cátedra” o hacer afirmaciones categóricas.
Es más, como suele ocurrir con casi todos los dilemas morales, mientras más se profundiza en la materia menos son las certezas y mayores las incertidumbres, especialmente si (como es mi caso) se conoce a alguna de las personas que, a través de este sistema, han conseguido colmar su anhelo de ser padre o madre y te cuentan de primera mano la inmensa felicidad que ello les ha reportado. Pero lo anterior no es suficiente por sí solo (no ha de serlo) para formarse un criterio sobre la cuestión, pues lo que es susceptible de hacer feliz a unas personas puede también causar sufrimiento a otras y de lo que se trata es de ponderar todos los intereses y elementos en juego mediante un análisis racional, asumiendo que cada caso concreto es distinto y ninguna solución que se de con carácter general, por más necesaria que sea, será universalmente justa.
En una sociedad como la nuestra en la que las ideas se venden en prácticos “packs ideológicos” la GS rompe con el tradicional pensamiento enlatado
En una sociedad como la nuestra en la que las ideas se venden en prácticos “packs ideológicos” (el que “se siente” de “izquierdas” a su vez será indefectiblemente republicano, buena persona, ecologista e inclinado a defender a los nacionalistas periféricos y el de “derechas” liberal, monárquico y taurino), la GS rompe con el tradicional pensamiento enlatado: los círculos católicos y la mayoría del movimiento feminista están en contra de la GS (aunque por motivos que podríamos calificar de antagónicos) y la mayor parte del movimiento LGTBI no solo está a favor sino que ha convertido la legalización de la GS en el siguiente objetivo de sus sucesivas conquistas sociales.
Todo lo anterior nos puede dar una idea de la complejidad del dilema, pero desde luego no nos da pistas sobre su solución. A esta alturas alguno se preguntará: si tanta felicidad puede dar la gestación subrogada a las parejas que no pueden (o no quieren) tener hijos, ¿qué puede tener de malo que encarguen a una madre gestante dicha tarea, si esta lo hace de forma voluntaria? Curiosamente, la clave de la razón por la que estoy en contra de la GS me la dio el representante de una de las principales asociaciones que defiende su legalización. En una reunión en el Congreso de los Diputados, en el curso del trabajo habitual que hacíamos en el grupo parlamentario de reunirnos con distintos colectivos, nos confeso que la GS solo podía funcionar si se permitía su carácter retribuido, pues en caso contrario prácticamente nadie estaría dispuesto a asumir el papel de madre gestante de forma altruista o desinteresada.
Permitir únicamente de forma altruista la GS sería una gran hipocresía social, pues los casos en que pudiera llegar a realizarse por tales motivos serían contados
¿Cómo es esto posible? Pues por la simple razón de que ser madre no es ninguna broma. Uno puede llegar a estar dispuesto a salvar la vida a un familiar o amigo (muy íntimo) mediante la donación de un riñón u otro órgano que no comprometa en gran medida la propia salud, pero difícilmente hará lo mismo con un embarazo, que no sólo exige un proceso de más de nueve meses (empieza tiempo antes con todo el procedimiento de fertilización in vitro), sino que provoca cambios significativos en el propio organismo de la madre de alquiler durante la gestación y crea quizá el vínculo más fuerte que puede existir entre dos seres humanos (la gestante y el ser vivo desarrollado en su interior).
Como me comentó aquel día el portavoz de la asociación que promovía la legalización de la GS, con una sinceridad que sólo puedo agradecerle, permitir únicamente de forma altruista la GS sería una gran hipocresía social, pues los casos en que pudiera llegar a realizarse por tales motivos serían contados, resultando además imposible controlar la realidad de dicho carácter desinteresado, que en muchos casos encubriría la existencia de una compensación o retribución (dineraria o en especie) oculta, por debajo de la mesa, no solo engordando el sector de la economía sumergida sino (lo que es todavía mucho peor) mercantilizando el proceso de gestación de una vida humana.
Lo anterior sería en mi opinión suficiente para descartar legalizar la GS pero, además de ello, tanto si se trata de transacción altruista (una donación de carácter gratuito) como si no, no podemos olvidar que, en todo caso, estamos hablando de un contrato entre dos o más personas (el padre o madre biológico y la madre gestante, que también puede aportar su óvulo en algunos casos) sobre un ser humano. Un contrato en virtud del cual una persona se somete a un complicado proceso de fertilización, gesta un bebé “ajeno” durante nueve meses y renuncia (por anticipado) a su filiación materna y a todos los derechos que pudiera ostentar sobre dicho ser. ¿Estamos locos?
Si cada día comprobamos cómo nuestros tribunales declaran la nulidad de contratos bancarios por las más variadas razones (la falta de información, la incomprensión de las consecuencias del producto, el desequilibrio de las obligaciones de ambas partes) ¿qué no pasaría con un hipotético “Contrato de Gestación Subrogada”? ¿Cómo se resolvería la controversia sobre la propiedad del ser humano objeto de dicho contrato, suscrito entre dos o más partes merecedoras de protección? ¿Estamos preparados como sociedad para tener ese tipo de conflictos?
La propia dignidad humana exige que haya cosas que estén fuera del comercio de los hombres y esta es precisamente una de ellas
Pero más allá de lo anterior, la propia dignidad humana exige que haya cosas que estén fuera del comercio de los hombres y esta es precisamente una de ellas. De la misma manera que está prohibido vender (y también donar) un bebé ya nacido, ha de estarlo, en mi opinión, el pacto por el que, previa a la entrega de la posesión de ese ser recién nacido a los padres contratantes (que pueden o no ser también biológicos), se encarga todo el proceso de su gestación. Un proceso que no sólo conlleva gastos y esfuerzos de todo tipo, sino que incluso implica muchas veces decisiones de carácter médico, que nos dan la medida de la complejidad de los dilemas que pueden plantearse antes incluso de que nazca el bebé.
¿Qué ocurrirá por ejemplo cuando haya decisiones médicas que impliquen un conflicto de interés entre la salud de la mujer gestante y el feto? ¿Acaso podría hacer valer la pareja contratante del servicio ese eventual contrato para imponer determinadas medidas sobre el cuerpo de la mujer gestante? ¿Cómo puede privarse a una persona decisiones que atañen a su propio cuerpo? Y si finalmente nace ese hijo en contra del criterio de los padres contratantes que preferían abortarlo (por la existencia de algún tipo de malformación o enfermedad del feto, por ejemplo) ¿quién se hará cargo de ese ser humano?
Todo ello habría de estar regulado en un contrato cuyo contenido, no hace falta que lo diga a estas alturas, me parece una aberración y sobre el que siempre pesará la sospecha de que una de las partes contratantes (la madre gestante) lo hace por pura y dura necesidad.
Si no nos parece admisible que pueda ser objeto de contratación un pacto de esta naturaleza, so pena de pervertir valores básicos de nuestra sociedad, tampoco podemos consentir o tolerar que la gestación subrogada realizada fuera de nuestras fronteras tenga efectos en nuestro país. Especialmente si se realiza en lugares que no cuentan con las más mínimas garantías, fomentando un mercado negro de redes de explotación de mujeres. No tengo claro cual podría ser la solución para los niños que llegan a nuestro país de lugares donde es legal esta práctica, pero lo que sí creo es que no podemos limitarnos a mirar para otro lado y hacer como si no pasara nada, subcontratando en lugares lejanos lo que no nos atrevemos a realizar nosotros mismos, sin manchar nuestras inmaculadas conciencias de habitantes del primer mundo.
Estoy completamente de acuerdo. El embarazo suele dejar secuelas en la mujer, como varices, diástasis abdominal, manchas en la piel o, en casos más graves, puede poner en riesgo su vida si surge alguna complicación. Lo que se consigue legalizando la GS es, ni más ni menos, que personas pudientes se aprovechen de la desesperación de personas cuya situación económica es precaria, pues casi ninguna mujer estaría dispuesta a pasar por un embarazo si su situación económica no fuese delicada. Legalizar la GS sería como legalizar la donación en vida de un riñón: Los ricos se aprovechan de la desesperación de los pobres, con el agravante de que un riñón se dona para salvar la vida de una persona, mientras que un vientre de alquiler se presta para conceder un capricho, pues tener un hijo, por mucho que se desee, no es cuestión de vida o muerte, sino tan sólo una elección.
Creo que la GS sólo debería estar permitida de forma altruista, cuando la madre gestante se preste a ello de forma desinteresada para ayudar a un amigo o familiar que no pueda tener hijos de otra forma, en cuyo caso los controles administrativos deberían ser muy estrictos para evitar una mercantilización paralela.
[…] La maternidad no debe comprarse […]