Europeista - Fernando Hoyos

El 17 de abril el presidente francés, Emmanuel Macron, habló ante los miembros del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Su intervención había despertado una gran expectación, más aún después de verle irradiar una contagiosa pasión europeísta en la Sorbona.

La sensación que tuve al escucharle hablar fue la misma que cuando salí del estreno del episodio VII de Star Wars

Al principio me costaba reconocerlo, pero la verdad es fue un poco decepcionante. La sensación que tuve al escucharle hablar fue la misma que cuando salí del estreno del episodio VII de Star Wars: el tráiler (en el caso de Macron, la expectación generada) le daba mil vueltas. Y me dio rabia porque Macron no es precisamente santo de mi devoción (como no suele serlo por lo general ninguna vedette-revelación de la política), pero sí que creo que su optimismo europeísta puede abrir la puerta a una refundación europea y contrarrestar la creciente agresividad y hostilidad que se palpa en el debate público.

Así que mi gozo en un pozo. No quiero decir que me parece que estuviera mal, sino que me dejó exactamente igual que al principio de escucharlo. Manfred Weber, el presidente del Grupo Popular en la eurocámara, advirtió al mandatario francés de la inutilidad de «inventar nada nuevo». «Si es que para inventar nada nuevo tendría que haber propuesto algo de calado», fue lo primero que me vino a mí a la cabeza al de escucharlo: en vez de esbozar cuáles serían sus propuestas concretas de refundación europea, Macron dedicó gran parte de su intervención principal a elogiar a los eurodiputados y su trabajo y a incidir en cuestiones que aportan pocos elementos nuevos al debate actual.

El presidente francés intentó apropiarse (conscientemente) de conceptos que a día de hoy esgrimen los más radicales de todo signo político contra la Unión Europea como son la soberanía y la noción de seguridad y protección. No me parece mal intentar despojar a los cenutrios de sus «argumentos» porque al fin y al cabo pasa como con los insultos, que cuando te apropias de ellos y los haces tuyos robas a quien te insultaba del único arma que tenía para herirte. Mi problema está en que hoy por hoy, tal y como están las cosas, no basta con eso.

La ciudadanía fue la gran ausente de la intervención de quien se presenta como el gran europeísta de nuestros tiempos

Claro que es importante apuntalar la soberanía europea y garantizar la seguridad de sus ciudadanos, pero no creo que esos deban ser los pilares que sustenten una Unión reformada y reforzada. Por desgracia, la ciudadanía —entendida en su sentido más solemne y no como un mero sinónimo a alternar con la palabra «personas»— fue la gran ausente de la intervención de quien se presenta como el gran europeísta de nuestros tiempos.

Porque se habló de los ciudadanos y de lo que supuestamente sienten y anhelan, pero no de la ciudadanía europea como concepto. Macron, como todo buen soufflé que no se quiere venir abajo antes de tiempo, fue cauto al no pisar los callos más sensibles por mostrarse demasiado ambicioso enarbolando un estandarte que podría inspirar ilusión en muchos ciudadanos europeos y pavor entre los políticos y politicuchos más tribales.

Tiene razón el escritor y periodista austríaco Robert Menasse cuando en su libro Un mensajero para Europa[1] habla de como un concepto tan sencillo como el de «nación» pueden entenderlo perfectamente un francés, un alemán o un austríaco porque «todos creen saber instantáneamente qué quiere decir aunque cada uno entienda sin duda alguna algo completamente distinto». Cuando Macron en su discurso ante el Parlamento Europeo hablaba de soberanía incidía siempre en que debe ser una soberanía «complementaria y no sustitutiva», que a todos nos parece absolutamente lógico y comprensible pero viene a decir que se debe añadir a la de los Estados Nación, que en cierto modo seguirá siendo la soberanía fundamental.

«Pero si empezamos a hablar de la UE», continúa Menasse, «entraríamos en una discusión y se perdería la unanimidad porque sobre ella cada uno entiende, espera o teme algo distinto». Tilda esta constatación de «grotesca» y no le falta razón: «la nación es un concepto abstracto por el que cada cual cree entender algo concreto, mientras que la UE es un proyecto concreto que cada uno percibe de forma abstracta y lejana».

Macron, al igual que Menasse en su alegato, habla del enfado de los ciudadanos. El presidente francés nos pide en su intervención que miremos al pasado y comparemos dónde estábamos hace ochenta años y dónde nos encontramos ahora. E indudablemente estamos muchísimo mejor que antes, ¡ni punto de comparación! Para empezar, porque –como mínimo– no nos matamos los unos a los otros, que ya es más de lo que pueden decir muchos. «¿Dónde en el mundo hay un proyecto semejante?», lanzaba Macron. Pues en ninguna parte.

Macron, que en el fondo intenta hacerse el menor número de enemigos posibles antes de los comicios europeos de 2019, usa la soberanía como un particular paño caliente

Pero yo a eso lo llamo complacencia. Aquí de lo que se trata no es de mirar atrás y sonreír con satisfacción por lo mucho que hemos avanzado, sino de mirar hacia adelante siendo conscientes de ese pasado y reflexionar sobre cómo materializar en la medida de lo posible los ideales y principios que se fijaron hace décadas para mejorar la vida de todos los europeos. Y hay que hacerlo sin ningún tipo de tapujo, sabiendo que habrá algunos debates que sentarán mejor que otros. Macron, que en el fondo intenta hacerse el menor número de enemigos posibles antes de los comicios europeos de 2019, usa la soberanía como un particular paño caliente.

Es como cuando dijo que ya no hace falta pedagogía, sino un proyecto práctico, cotidiano, que vaya «al origen de los problemas». Yo niego la mayor: la necesidad de lo segundo no anula la urgencia de lo primero. Claro que sigue haciendo falta pedagogía, ¡debe ser la base sobre la que se construya el futuro de Europa! Porque la pedagogía es lo que hará reflexionar al alemán, al austríaco y al francés que Menasse ponía como ejemplo sobre cómo la predilección que todos ellos sienten por sus respectivos países no sólo no es algo exclusivo, sino que además es excluyente. Y eso nos pasa a todos. Es evidente que mi pueblo es el más bonito de España, por mucho que la señora del pueblo de al lado diga que el más bonito es el suyo y que el joven del valle adyacente afirme que ambos nos equivocamos.

La Europa de mañana no debe construirse sobre la base de una identidad o de la soberanía nacional sino en la ciudadanía

La pedagogía que Macron da por superada es la que pone a todos los ciudadanos ante un espejo en el que deben mirarse precisamente para poder ver algo más que ellos mismos. La Europa de mañana no debe construirse sobre la base de una identidad o de la soberanía nacional sino en la ciudadanía, pues de ella terminarán emanando de forma natural tanto lo uno como lo otro.

Como europeísta convencido, me decepcionó el discurso de Macron a pesar de algunos momentos brillantes aquí y allá. Evidentemente prefiero escuchar su discurso antes que las soflamas populistas y nacionalistas de personajes como Farage, Le Pen o Von Storch (por limitarme a nombrar tres), pero más le vale ponerse las pilas si quiere convencer a quienes no nos conformamos solo con cuatro palabras bonitas.

[1] Der Europäische Landbote, traducido al francés y disponible bajo el título Un messager pour l’Europe; un plaidoyer contre les nationalismes, ed. Buchet Castel.