Europa - Rocio Santos

Leemos y escuchamos en los medios de comunicación cómo nos vuelve a fallar Europa, sobre la “afrenta” de Alemania a España, o acerca de la insuficiente actuación en el tema de los refugiados. Volvemos, en definitiva, a acordarnos de Europa solo cuando truena. Y volvemos, como siempre, a hablar de la Unión Europea como si fuera un ente que nada tiene que ver con nosotros; hablando de “ellos”, los que nos fallan, y refugiándonos así en esa cómoda sensación de indignación que nos posiciona automáticamente y sin mérito conocido en el bando de los buenos, de los que por supuesto lo harían todo mejor. El problema de esta tendencia es más grave de lo que podría parecer a simple vista.

Se comenta en los últimos días que muchos españoles van a empezar a dar la espalda a aquella Europa de la que durante tanto tiempo esperamos tanto

Se comenta en los últimos días que muchos españoles van a empezar a dar la espalda a aquella Europa de la que durante tanto tiempo esperamos tanto, vemos cómo los extremistas, hasta ahora contenidos en nuestro país, empiezan a asomar la patita hablando del “Spexit”. ¿Y qué conseguiremos con eso?, me pregunto yo. La Unión Europea nos ha dado mucho pero actualmente no nos da todo lo que podría, y se debe sencillamente a que es un proyecto inacabado que necesita completarse para alcanzar su verdadero potencial. Esto no es ningún secreto ni nada que debiera sorprendernos. Sin embargo, a veces necesitamos hechos para recordárnoslo: la crisis del euro evidenció que no existía una unión fiscal, con el caso Puigdemont podemos ver que no existe un sistema judicial ni penal común, y con el caso de los refugiados son evidentes las carencias de la unión política.

Pero antes de correr a los brazos de la indignación, cabe hacerse unas cuantas preguntas para no caer en la trampa

Pero antes de correr a los brazos de la indignación, cabe hacerse unas cuantas preguntas para no caer en la trampa: ¿de verdad creemos que con el sistema tradicional de extradición sería todo más eficiente? La decisión marco del Consejo relativa a la euroorden es un acuerdo alcanzado en 2002 entre los estados miembros -firmado en el caso de España por el actual presidente del gobierno, Mariano Rajoy- para agilizar la detención y entrega a través de la cooperación directa entre autoridades judiciales (no políticas). Es decir, antes de la euroorden no se garantizaba ni siquiera la detención, y la entrega, de producirse, tardaba una media de un año. Además, la euroorden reduce los motivos de denegación de la ejecución, lo que ha permitido entregar en cuestión de días o semanas a miles de asesinos, violadores, secuestradores o terroristas, entre otros, que viajaban a otro país buscando eludir la justicia. Por tanto, gracias a la euroorden hemos reducido el tiempo de fuga de un gran número de delincuentes y con ello, probablemente, hayamos evitado una cifra importante de delitos graves dentro de la Unión Europea.

Sin embargo, aun siendo un instrumento probadamente útil, el hecho de que la euroorden tenga lagunas no debería ser una sorpresa para nadie. La propia Comisión Europea, ya en 2011, publicó un informe en el que analizaba el periodo de aplicación y decía, textualmente: “Ahora bien, los últimos siete años también han puesto de manifiesto que, a pesar de su buen funcionamiento, el sistema de la ODE dista mucho de ser perfecto”. Que algo no sea perfecto, pero sí una mejora respecto a lo anterior, solo indica que hay que seguir trabajando; volver a la extradición tradicional o acabar con Schengen no mejoraría nada (nadie retiró el pasaporte a Puigdemont antes de irse a Bélgica, por ejemplo), pero sí lo haría avanzar hacia un espacio común de justicia. El mencionado informe de 2011 recuerda también que 12 estados miembros, entre los que se encuentra España, no habían introducido aún ninguna modificación en sus respectivas legislaciones, a pesar de que se les recomendó hacerlo en los anteriores informes de la Comisión y el Consejo. Cabe preguntarse pues, ¿quién falla a quién? ¿No deberíamos mirar a nuestros gobiernos nacionales y exigirles un mayor compromiso con el proyecto de integración europea, mayores avances?

La desinformación -o directamente mentira- sobre la Unión Europea puede tener consecuencias nefastas para todos los ciudadanos europeos

La desinformación -o directamente mentira- sobre la Unión Europea puede tener consecuencias nefastas para todos los ciudadanos europeos, sobre todo si se desconocen las competencias actuales que tienen las instituciones comunitarias frente a las que conservan los Estados miembros. Recientemente afirmaban en el programa El Intermedio que una directiva europea preveía sanciones para los que ayuden a una persona de fuera de la Unión Europea a entrar en el espacio común, incluso en caso de ayuda humanitaria, y escuchaba a Wyoming decir que como europeo se sentía avergonzado. Deberíamos ser conscientes del grado de responsabilidad que ostentan espacios tan influyentes en la opinión pública. Bastaba leer la directiva, accesible a todos, para ver que es competencia de los Estados miembros “decidir, en aplicación de su legislación y de sus prácticas nacionales, no imponer sanciones […] en los casos en que el objetivo de esta conducta sea prestar ayuda humanitaria a la persona de que se trate”. Por otro lado, decir que la UE no reacciona ante el grave problema humanitario y que impide a las ONG hacer su trabajo es información sencillamente falsa: muchas de las operaciones de rescate se han hecho en plena colaboración con las ONG y son ya cientos de miles de vidas salvadas en el Mediterráneo desde 2015 gracias a las operaciones de salvamento de Italia y Grecia, así como a las operaciones Tritón y Poseidón de Frontex. La Unión Europea lleva ya 1.500 mill. de euros en ayuda humanitaria solo en Grecia y es, de hecho, el primer donante de ayuda humanitaria del mundo (aporta un 56% del total).

Es cierto que ante un problema de tal magnitud, en el que se habla de vidas humanas, nunca es suficiente; pero caer en la mentira y la división no va a ayudar, sino al contrario. Hace falta ser claros: tan solo en 2016, los países de la UE reubicaron o concedieron asilo a más de 720.000 refugiados, tres veces más que Australia, Canadá y EEUU juntos. El hecho de que no se haya llegado incluso a mayores cifras se debe a la falta de cumplimiento de los compromisos adquiridos por los propios Estados miembros. España, por ejemplo, ha acogido a poco más de una décima parte del cupo comprometido. ¿De verdad creemos que la implicación de los países sería mayor si no tuvieran un organismo supranacional que les recuerde sus compromisos? Y yendo más allá, ¿no funcionaría mejor si en vez de solo recordarlo, los organismos comunitarios tuvieran las competencias para actuar?

Utilizar a la UE como chivo expiatorio ante la opinión pública puede funcionar para jalear a la audiencia, pero nos aleja de la solución

Es humano y hasta normal necesitar un culpable cada vez que nos abordan emociones negativas: desolación, amargura, desencanto, decepción… Pero echar la culpa a la Unión Europea de todos los males, en vez de ver que el problema es que no haya mayor integración, es el mayor error que podemos cometer los europeos en este momento lleno de amenazas nacionalistas, populistas y externas. En definitiva, utilizar a la UE como chivo expiatorio ante la opinión pública puede funcionar para jalear a la audiencia, pero nos aleja de la solución. El papel realmente rompedor y necesario que los europeos debemos jugar hoy es el de señalar con claridad las tuercas que hay que apretar, el de decir alto y claro a nuestros gobiernos que queremos una Unión Europea con mayores competencias, que la dote de las herramientas necesarias para enfrentarse con eficacia a los retos del presente y del futuro.

Si nos subimos al carro de la decepción con la UE o si irresponsablemente empujamos a otros a hacerlo con vacíos “no sirve para nada” o acusaciones infundadas, solo conseguiremos destruirla, para regocijo de algunos que nos quieren débiles en el panorama global. Es indispensable reflexionar antes de ir por ese camino y preguntarnos con qué comparamos la Unión Europea cuando decimos que nos falla, porque puede que no seamos conscientes de que es el espacio social más envidiado del planeta y que, si hay que mejorarla, es ahora y entre todos. En Europa no hay que tener fe o perderla, dejemos la fe para los santos, sino que los ciudadanos europeos debemos entender cuanto antes que somos dueños de nuestro propio destino, y no meros espectadores.