Espejo - Rafael Calduch

El psiquiatra Jacques Lacan señaló una etapa del desarrollo del niño a la que denominó el estadio del espejo. Es el período, durante el primer año y medio de vida, en el que el niño comienza a descubrirse, física y sicológicamente, a través del reconocimiento de su imagen en el espejo.

Los españoles no somos capaces de contemplar nuestra imagen presente para descubrir un futuro mejor para nuestros hijos y nietos

Haciendo una analogía podríamos decir que España, y más concretamente la nueva generación que está comenzando a controlar los centros del poder, necesita también un espejo donde descubrirse y reconocerse como un único país más allá de sus particularidades territoriales, sociales o ideológicas.  Pero el espejo que debería mostrarnos el límpido rostro de una España renacida con la democracia, fortalecida con el desarrollo económico e integrada en Europa, está roto. Los españoles no somos capaces de contemplar nuestra imagen presente para descubrir un futuro mejor para nuestros hijos y nietos, sencillamente porque hemos dejado que nos rompieran nuestro espejo.

Lo rompieron los viejos partidos, nacionales y nacionalistas, que tras la dolorosa reconciliación entre los españoles durante la transición, se limitaron a derrochar este capital de generosidad humana con una gestión burocrática del Estado y una sistemática corrupción de sus instituciones. Pero también lo están rompiendo los nuevos partidos políticos, que ignorando la historia reciente de la transición que hizo nacer nuestra democracia, dividen a los españoles difundiendo narraciones míticas sobre la independencia nacional de tal o cual territorio, la segunda república, la guerra civil o la dictadura.

El común denominador de la partitocracia que gobierna España en nuestros días es la ausencia de auténticos líderes

El común denominador de la partitocracia que gobierna España en nuestros días es la ausencia de auténticos líderes, capaces de movilizarnos a todos los españoles en torno a un proyecto común de futuro para nuestro país. Hubo un tiempo, durante la transición a la democracia pero también durante la década de los 80, en que los españoles aspirábamos a consolidar nuestro país incorporándonos a Europa, acabando con el terrorismo de ETA y mejorando nuestras condiciones de vida. Pero ese espejo se rompió hace muchos años.

A esa ruptura también contribuyeron los grandes medios de comunicación social. Poco a poco fueron cediendo su preocupación por la información de acuerdo a criterios de rigor y veracidad, en favor de unas orientaciones ideológicas y, lo que es más reprochable, de un clientelismo generado por una publicidad institucional repartida por los partidos gobernantes.

Tampoco han sido ajenas las grandes corporaciones españolas ahora convertidas en multinacionales. Durante décadas controlaron el mercado nacional de forma oligopólica, amparadas por unos poderes del Estado que les protegían frente a los legítimos derechos de los ciudadanos. Cuando las instituciones y la legislación europea impusieron límites a sus abusos, cambiaron su estrategia empresarial a una internacionalización impulsada por los beneficios que obtenían en España y promovida por los gobiernos de turno.

La notable insolidaridad social de los altos dirigentes empresariales españoles ha sido directamente proporcional a la corrupción practicada con la élite política y sindical

De este modo las grandes empresas españolas consiguieron, en las tres últimas décadas, posicionarse en un mercado global compitiendo con las grandes corporaciones de otros países. Sin embargo y a diferencia de ellos, en España nunca se plantearon revertir parte de sus beneficios a la ciudadanía en forma de fundaciones, obra social, investigación y desarrollo o simple ayuda humanitaria. La notable insolidaridad social de los altos dirigentes empresariales españoles ha sido directamente proporcional a la corrupción practicada con la élite política y sindical.

Porque, efectivamente, los sindicatos en España no sólo han dejado de ser sindicatos de clase, también han abandonado su principal misión histórica: representar los derechos de los trabajadores ante al Estado y defenderlos frente a los empresarios. Muy lejos queda la época en la que un sindicato como UGT, era capaz de declarar una huelga general para condicionar la política económica privatizadora del Gobierno socialista. Los dirigentes sindicalistas de nuestros días ya no se corresponden con los líderes de antaño, capaces de sacrificar años de cárcel durante la dictadura y su prestigio personal en la democracia para defender a los trabajadores españoles dentro y fuera de nuestras fronteras.

Por último, no podemos ignorar la ruptura del espejo de España realizada por los intelectuales y artistas como creadores de cultura. La importante intelectualidad española de antaño ha ido desapareciendo generacionalmente. En su lugar y salvo honrosas excepciones, está siendo sustituida por una pléyade de personajes que se arrogan el derecho de interpretar dogmáticamente el pensamiento y la creatividad colectivos, atribuyéndose además la autoridad para descalificar como ataque a la libertad de expresión toda crítica discrepante. Su afán no es enriquecer culturalmente a la sociedad, española y universal, con su obra intelectual o artística, su verdadero afán es enriquecerse por medio de la fama y la notoriedad pública, ahora propiciada por las redes sociales, aunque sea mediante el esperpento o la chabacanería.

La conclusión resulta evidente: España no sólo está sumida en una crisis política, su verdadera crisis es por estar perdiendo su identidad colectiva debido a la incapacidad para reconocer su propia y verdadera imagen, rota en una caleidoscópica miríada de fragmentos.

Algunas imágenes proyectan un distorsionado pasado histórico que nunca existió, porque está basado en narrativas parciales surgidas de sentimientos y creencias en lugar de la investigación rigurosa, completa y reflexiva. Entre estas narrativas se encuentran las que imaginan realidades culturales e incluso nacionales hasta convertirlas en ideologías nacionalistas o soberanistas.

Otras imágenes nos descubren un presente de opresión patriarcal y machista, incapaz de alumbrar el progreso hacia la igualdad de género precisamente en un país y en un momento en el que se han alcanzado los mayores logros históricos en esa igualdad.

Tampoco faltan las imágenes que nos perfilan una España dominada por una oligarquía política y financiera de la que debemos ser redimidos a toda costa. Naturalmente esa redención pasa por la exaltación de liderazgos personales y la correspondiente depuración de los oligarcas y sus cómplices que, curiosamente, siempre coinciden con los que no les siguen ciegamente.

Otras quieren que los españoles creamos que nuestra riqueza territorial, social y cultural necesita una expansiva centrifugación institucional del Estado, creando crecientes desigualdades entre los españoles que se justifican con un discurso autonomista encubridor de intereses personales o de grupos locales.

Más recientemente, han comenzado a proyectarnos la sombría imagen de una España intolerante e insolidaria con los migrantes ilegales que llegan a nuestras costas, sencillamente porque protegemos nuestras fronteras y aplicamos la legalidad nacional e internacional.

Sin embargo estas poliédricas imágenes de los españoles no sólo son falsas e interesadas, sino que nos impiden apreciar el auténtico rostro de nuestro país. Es necesario recurrir a la memoria colectiva reciente para redescubrirnos en nuestra propia realidad. En las últimas cuatro décadas, la sociedad española ha demostrado el arraigo de los valores de libertad, tolerancia, generosidad, laboriosidad y perseverancia. Ejerciendo nuestra libertad a través del voto no sólo impedimos la continuidad de un régimen autocrático sino que creamos los fundamentos de una auténtica democracia garantizada por un estado social y de derecho. Superando las heridas de una guerra civil y de casi cuarenta años de dictadura, los españoles con una gran tolerancia y generosidad se reconciliaron para dejar a sus hijos un país libre de vencedores y vencidos.

Nadie nos regaló el progreso de nuestro país, alcanzado gracias al trabajo y el esfuerzo de millones de trabajadores que tuvieron que emigrar a las grandes ciudades o a países de Europa y América para salir de la pobreza. Más tarde, convertidos en una de las primera potencias económicas del mundo, hemos acogido con tolerancia y generosidad a casi 4,5 millones de residentes extranjeros que están contribuyendo a mantener el bienestar de todos los españoles.

Finalmente nuestra perseverancia en la lucha contra la violencia terrorista de todo signo, las tendencias secesionistas, la corrupción y, actualmente, la violencia de género, nos han convertido en uno de los países con mayor seguridad ciudadana del mundo.

La constante división entre los españoles, alimentada por unas élites dirigentes mediocres e interesadas, ha provocado una grave falta de autoestima colectiva

No obstante, sería ingenuo pensar que el pueblo español carece de vicios profundamente enraizados en su identidad cultural. La constante división entre los españoles, alimentada por unas élites dirigentes mediocres e interesadas, ha provocado una grave falta de autoestima colectiva que nos incapacita para reconocer nuestros propios éxitos y nos impulsa a envidiar en lugar de emular los logros de otras sociedades.

El cainismo que ha dominado la convivencia entre los españoles durante los últimos dos siglos, ha resurgido durante los últimos años por el empeño de nuestros gobernantes por destruir la paz, la seguridad, el desarrollo y la democracia alcanzados con tanto esfuerzo de la ciudadanía. La corrupción rampante de las últimas décadas ha creado una desconfianza colectiva en los poderes públicos que está siendo aprovechada por movimientos populistas y antisistema, como Podemos o la CUP, y por partidos independentistas como ERC, Bildu o Junts per Catalunya, para hacer medrar a sus dirigentes a costa de la división y el enfrentamiento de los españoles.

Si queremos superar la crisis que estamos viviendo, los españoles debemos realizar la catarsis colectiva de mirar de frente, sin miedos y sin complejos, la imagen completa de nuestra sociedad en el espejo de nuestras vivencias cotidianas. No podemos dejarnos arrastrar por los espejismos con los que nos asedian diariamente. Sólo así podremos regenerarnos y conquistar el horizonte común que la mayoría de este país desea.