Catastrofe demografica - Esperanza Fernandez Acedo

Cada vez que se publican las cifras de las tasas de natalidad de España asistimos a una eclosión de opiniones anunciando una catástrofe demográfica. Hay que señalar que los anuncios apocalípticos también proliferan en los medios de comunicación de otros países europeos con situaciones poblacionales similares. Esa alarma no sale, sin embargo, de los profesionales demógrafos sino del ámbito periodístico, en el que no se toman la molestia de solicitar la opinión de los expertos a la hora de anunciar estas calamidades.

La mirada del experto, desprovista de emociones, enmarca este fenómeno en las teorías que lo explican y, con ello, ahuyenta temores infundados o los sitúa en su justa perspectiva para buscar las soluciones mejores. Por otra parte, considerada la población en un contexto mundial, si hay algún motivo de alarma, no sería el de la baja natalidad sino todo lo contrario, el de la alta fecundidad de los países no desarrollados. Esta es la opinión de los conservacionistas, que alertan sobre la sobrepoblación como factor de aceleración del cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales. Desde el punto de vista de la Demografía, sin embargo, este proceso de explosión demográfica de los países no desarrollados o en desarrollo está llamado a frenarse de manera prácticamente inexorable y, por tanto, no sería una amenaza en sí mismo. Si salimos del esquema, veremos que no podemos confiar en esa previsión sino que es preferible actuar.

Si bien el neomalthusianismo del Club de Roma está desacreditado, no cabe duda de que existen límites al crecimiento y ello conlleva, según destacaba el informe Bruntland para NNUU, el control de natalidad en los países con altas tasas de natalidad sin dejar al azar y a los procesos naturales el encuentro del punto óptimo. La tendencia se invertirá pero no lo está haciendo de momento en países que no acaban de encontrar la vía del desarrollo.

Lo que ocurre en nuestro país en cuanto a la baja fecundidad no es singular sino una tendencia en los países industrializados y postindustrializados. Dicha tendencia viene explicada en las llamadas Teoría de la Transición Demográfica (TTD) y de la Segunda Transición Demográfica (STD). La primera fue denominada así por Frank W. Notestein siguiendo las observaciones previas de Warren Thompson sobre los cambios en la natalidad y mortalidad en los países desarrollados desde finales del siglo XVIII, que enmarcó en cuatro etapas. La denominación Segunda Transición Demográfica se debe a Ron Lesthaeghe y D.J. van de Kaa, quienes describieron los nuevos patrones de comportamiento demográfico tras la Segunda Guerra Mundial. Más que teorías, constituyen generalizaciones a partir de fenómenos observados, pero son válidas para un primer acercamiento a los procesos demográficos.

El inicio de la evolución, desde la primera etapa de alta mortalidad y natalidad, partiría de los cambios en la higiene, la medicina, la tecnología, etc., que dieron lugar a un descenso de la mortalidad. En el periodo transitorio, al tiempo que baja la mortalidad, la natalidad sigue subiendo durante un tiempo, lo que provoca un incremento de población. Así se explicaría la explosión demográfica de la población mundial en el último siglo. Posteriormente, la natalidad comienza a bajar debido, en primer lugar, al descenso de la mortalidad y luego, ya en la STD, también a otros factores ligados al desarrollo económico y social, entre los que sobresale la incorporación de las mujeres al mercado laboral, su mayor formación, deseos de progresar en el ámbito profesional y en todas las esferas de la vida reservadas en sociedades preindustriales a los hombres. Los cambios en los patrones de nupcialidad y el calendario de fecundidad más dilatado en el tiempo son característicos de esta etapa. Dicho proceso va acompañado de una secularización progresiva que implica un peso cada vez menor de la religión en la toma de decisiones de las personas.

Mientras que la TTD clásica explica la rápida bajada de la mortalidad seguida más tarde por un descenso de la natalidad y el consiguiente gran crecimiento vegetativo, en la STD nos encontramos con muy bajas tasas tanto de mortalidad como de natalidad con crecimiento cero o negativo, que se acentúa cuando el envejecimiento de la población conduce al ascenso de la mortalidad por encima de la fecundidad. Por último, aparece el factor de las migraciones. De los países menos desarrollados con gran crecimiento vegetativo y población más joven emigrarán masivamente hacia los más desarrollados, con crecimiento cero o negativo y población envejecida, para los que esta inmigración supondrá una forma de compensar sus desequilibrios.

Inmigración y natalidad

Es muestra de una gran ceguera ignorar que el número óptimo de población en un país, así como su distribución por edades, no es un factor aislado de la economía sino estrechamente relacionado con ella

Observando la evolución de la población en cada país del mundo, podemos hacer un esquema que refleje la ubicación de cada uno en el proceso evolutivo. España está, si atendemos a los últimos datos, en una fase de segunda transición, ya que se han producido saldos vegetativos negativos en 2015 y 2017. En este último año, los fallecimientos superaron en 31.000 a los nacimientos. Sin embargo, a diferencia de otros países desarrollados, la capacidad de absorción de población inmigrante es muy reducida en estos momentos debido a la economía, que no acaba de remontar tras la profunda crisis. Es muestra de una gran ceguera ignorar que el número óptimo de población en un país, así como su distribución por edades, no es un factor aislado de la economía sino estrechamente relacionado con ella. Tenemos que contar con el hecho de que una gran parte de la población, sobre todo joven, está en desempleo o se ha visto obligada a emigrar. Es, por ello, de todo punto desenfocado el criterio de que nuestro país tiene necesidad de acoger inmigrantes para garantizar que el sistema de pensiones sea sostenible. El mero incremento de población no hace aumentar los fondos de la Seguridad Social. Es una verdad de Perogrullo pero hay que recordarla porque circula esa opinión que ignora este hecho. Basta mirar las cifras de desempleo para darse cuenta de que hay que poner énfasis en la economía en primer lugar. Si los más de tres millones de desempleados trabajaran, la sostenibilidad del sistema estaría garantizada. Una economía que no puede asegurar el empleo a un importante porcentaje de la población actual, difícilmente va a necesitar inmigrantes. El logro de un modelo productivo generador de más empleo y de más calidad tendría sin duda el efecto de un mayor equilibrio de la pirámide de población

En esa hipotética situación económica más favorable, probablemente se produciría un ligero repunte de la natalidad y se podría absorber más población inmigrante. De otra manera, la tendencia va a seguir y el sistema de pensiones solo podrá sobrevivir con fuertes recortes en las cuantías y subida de la edad de jubilación o cambiando de modelo para adaptarse a una situación de desempleo crónica y alta esperanza de vida. Para decirlo con otras palabras, el desequilibrio de la pirámide es un síntoma y hay que ir a atajar las causas, no el síntoma. Pero solo las causas relacionadas con los condicionantes económicos, no las referidas a la libertad de elección de las personas.

Junto a los que proponen la inmigración como solución, están los que apuestan por las políticas natalistas

Junto a los que proponen la inmigración como solución, están los que apuestan por las políticas natalistas. Tradicionalmente, han sido los partidos conservadores los más interesados en ellas. Tenemos el ejemplo del Partido Popular, cuyos programas abundan en las propuestas de apoyo a la familia (aunque en la práctica se queden en reducidas ayudas) pero esa tendencia también la vemos reflejada en el programa del PSOE y en el de Podemos, con diferencias de matiz respecto a las del PP. Lo cierto es que las políticas natalistas no suelen dar resultado. Se recurre a ellas cuando cunde la alarma por la baja natalidad sin pararse a averiguar las causas que la producen. Durante la Dictadura, se puso mucho empeño en aumentar la natalidad, especialmente en la postguerra, para compensar los estragos causados en la población por la Guerra Civil. Dichas políticas no surtieron apenas efecto. Era más fuerte el peso de la extremada pobreza que los incentivos y la política del nacionalcatolicismo. El baby boom, que es frecuente en situaciones de postguerra, en España se produce más tarde, a finales de los 60 y primera mitad de los 70, no por medidas natalistas sino cuando el crecimiento económico lo permitió.

Medidas tales como la racionalización de horarios de trabajo o ampliación de permisos de paternidad y maternidad son positivas para facilitar la tarea de las parejas que han decidido tener hijos pero poco efectivas para determinar la decisión de los que han decidido no tenerlos o postergar el momento. Más efecto en el aumento de la natalidad tendría la mejora del empleo y de los salarios; la harían repuntar ligeramente, pero no nos engañemos, no habría un incremento espectacular. Las ayudas directas no tienen ni siquiera ese efecto. Suponen un alivio económico para los que ya han decidido tener hijos pero no son un acicate para las parejas que no quieren tenerlos definitivamente o en un momento dado, por razones profesionales o simplemente porque no quieren afrontar las renuncias que siempre suponen, actitud cada vez más generalizada en una sociedad hedonista como la que hemos construido. No se sobreentienda ningún ánimo de censura moral en esta apreciación. Es un proceso también inevitable.

Como prueba de que las razones de la baja fecundidad son más de índole cultural que económica, fijémonos en las diferentes tasas de natalidad de las extranjeras residentes en España en contraste con la de las españolas

Además, hoy no se piensa en los hijos como una ayuda económica para el futuro, una de las motivaciones, unida a las afectivas, que en el pasado condicionaban las decisiones de tenerlos. Ahora cubren solo necesidades afectivas y de proyección. Estas se satisfacen sin necesidad de tener muchos. Para otros, ni siquiera surge esta necesidad. Y como prueba de que las razones de la baja fecundidad son más de índole cultural que económica, fijémonos en las diferentes tasas de natalidad de las extranjeras residentes en España en contraste con la de las españolas. En 2017, la tasa de fecundidad de las mujeres españolas se situó por debajo de 35 hijos por cada 1.000 mujeres en edad fértil y su tendencia es a la baja. En el mismo periodo, el de las extranjeras residentes en España estuvo por encima de 53 hijos por cada 1.000 mujeres y ha crecido en los últimos años, lo que puede indicar que en ellas sí ha tenido efecto la mejora de la economía mientras que no lo ha tenido en las nacionales.

En conclusión, lo aconsejable es que los responsables políticos pongan su esfuerzo en mejorar la economía y las condiciones de vida de las personas para que estas sean propicias para tener hijos si es su decisión, pero entiendan, al mismo tiempo, que la libertad de decidir no tenerlos es igual de respetable y está por encima de cualquier modelo de sociedad que se pretenda imponer como ideal. Y, respondiendo a la pregunta del título, recalco que mi opinión es que no estamos ante una catástrofe demográfica sino ante el hecho positivo de que vivimos muchos años y eso dibuja un presente y futuro mejor que el pasado.