Campeones - Fabian Rodriguez

Ay, qué dolor… no poder comentar que en el título de esta película tan grande (que parte tan explícitamente de lo que puede ser tomado por “pequeño”), en el mismísimo título, se expresa ya, a modo de clave a descifrar, el enorme sentido, paradójico, de todo el meollo argumental de un film tan redondo, tan bien contado, tan excelentemente montado, tan clamorosamente bien interpretado (rara avis en la filmografía patria de los últimos años, pletórica de farfulles, susurros y metodologías interpretativas del hermano tonto de Konstantin Stanislawsky o el primo lerdo de Lee Strasberg), que se merece con creces el éxito que ya está obteniendo, todos los reconocimientos oficiosos y oficiales y el óscar a la mejor película de habla no inglesa, que si no se lo dan equivaldrá al Nobel que no recibió nunca Borges (que ya me perdonarán los lectores, pero es que lo de Bob Dylan suena a un exceso de cazalla en la Academia Sueca).

Si no puedo desvelar lo del título, para no incurrir en destripe de ninguna especie (spoiler se está imponiendo… no sé por qué, cuando significa “alerón”; misterios de los latiguillos o de los anglicanismos, como dijo la añorada ministra de cultura Carmen Calvo), sí que advertiré a futuros espectadores que retengan el dato, que se revelará en el último tramo narrativo del film. Poniendo una gloriosa guinda a lo que hemos estado viendo de la trama, ganándosenos Javier Fesser a los espectadores a fuerza de corazón y enormes dosis de humor de una historia dedicada al alma transparente de unos seres sin trastiendas ni reboticas, de unos miembros de la única raza que existe, la humana, y no esas imbecilidades sin cuento que hemos padecido (y seguimos en ello) la humanidad sobre supremacismos de toda laya que tienen su punto culminante en la invención de la “raza aria” y de la consecuente consideración de untermensch a quienes se aparten de ese estúpido lecho de Procusto en el que un número nada despreciable de nuestros contemporáneos (ahora, ahora mismo y no ya en tiempos del autor de Mein Kampf, que también resulta curioso cómo ciertos especímenes como Hitler o Himmler se hayan convencido de pertenecer a los “elegidos”, válgame el cielo) quieren utilizar como vara o molde de medir para sus impostados hechos diferenciales.

La historia del film no puede ser más sencilla. Un entrenador profesional de baloncesto, a causa de un comportamiento poco adecuado en un “arranque” (que culmina en conducir con una tasa excesiva de alcohol en sangre, cierta chulería inadecuada en su trato con autoridades… ya manifestada con un vigilante que le puso una multa por mal aparcamiento, en una escena casi inicial sumamente significativa), tiene que enfrentarse a un juicio en el que una juez le impone una multa que no puede permitirse o un determinado “servicio a la comunidad” del que no va a poder sustraerse, a pesar de sus claros prejuicios y poca empatía con los problemas ajenos. El tal “servicio” consistirá en entrenar en su especialidad deportiva a un grupo de los ahora llamados discapacitados intelectuales (que confieso no sé si semejante taxonomía es la correcta, pero atengámonos a lo que hay), que son atendidos comunitariamente (y muy precariamente) para no dejarles al margen de una sociedad en la que su integración es, cuando menos, problemática.

La virtud de Fesser es haber sabido orillar perfectamente el ternurismo y dar las dosis precisas y nunca sobreactuadas de ternura, sabiamente dosificadas

La virtud de Fesser es haber sabido orillar perfectamente el ternurismo y dar las dosis precisas y nunca sobreactuadas de ternura, sabiamente dosificadas. Pero por encima de todo el planteamiento humano del argumento, planea el mejor sentido de comedia que hemos podido ver en muchos años, me atrevo a decir que a la altura, o en la estela, de los grandes como Ernst Lubitsch, Billy Wilder, Preston Sturges o Howard Hawks. ¿Qué exagero? Ni un adarme, oigan. El film de Fesser es una enorme, grandiosa y divertidísima COMEDIA. Cualquier sospecha con la que cualquiera acuda a verlo sobre moralinas, sermones o dictámenes de toga y birrete, quedan evaporadas por las primeras e inevitables carcajadas, en un tratamiento de los diferentes con tanto respeto como que no se ríe de ellos, bajo ningún concepto, sino con ellos, todo el tiempo, en una deliciosa trama argumental que va in crescendo hasta el apabullante y bien meditado final, que tanto tiene que ver con el título de la película, ese que he comentado al principio de esta reseña y que no he podido desvelar su “misterio”.

Al final todo entronca, en esta feliz historia, antimaniquea y de gran altura moral, con unos esplendorosos versos del conocido poema If, de Rudyard Kipling, de cuyas diferentes traducciones he escogido la que sigue, con rima y métrica:

Si triunfos y desastres no menguan tus ardores / Y por igual los tratas, como a dos impostores […] Si el total de victorias conquistadas / Arriesgar puedes en audaz jugada, / Y aún perdiendo, sin quejas ni tristeza, / Con bríos renovados reinicias tú la empresa…

Cierro aquí el interludio (que es colofón) poético. Poco que añadir, salvo la recomendación encarecida de que nadie deje de ver esta joya fílmica que tiene en su interior un mensaje muy sencillo, el de que no existen en la humanidad miembros que no quepan en ella… salvo quizás todos aquellos que creen que puede haber quien no quepa. Esos sí que deberían quedarse en el muladar de la historia, no los seres humanos, sencillos, inermes, vulnerables, que pueden ser, simplemente, campeones de sí mismos.