Sí tinc por - César Nebot

Un amigo mío se jactaba de que solía tener todo muy ordenado en su casa, cuando en realidad lo que hacía era meter todo el desorden en cajas. El aparente orden le permitía tranquilidad pero la realidad es que el caos persistía inmutable a su alrededor.

Esta reacción natural  de evasión resulta ser uno de los males de nuestra sociedad. Tendemos a encerrar en cajas aquello que nos supera y no deseamos hacer frente. Y para ello disponemos de tres hermosas cajas: la ignorancia, la negación y el humor o burla.

Nos horroriza comprobar nuestra vulnerabilidad y cada víctima del terrorismo yihadista es un aldabonazo en la puerta de una realidad que nos estremece

Tras los atentados yihadistas del pasado 17 de agosto, uno de los elementos que se pone de relevancia, como tras cada atentado,  es la pseudoseguridad que pensamos disfrutar a nuestro alrededor. Y que gracias a la callada labor de las Fueras de Seguridad del Estado no nos pasan más desgracias. Nos horroriza comprobar nuestra vulnerabilidad y cada víctima del terrorismo yihadista es un aldabonazo en la puerta de una realidad que nos estremece, nos aterra. Una posibilidad lógica es protegerse ante el miedo, no obstante, la tónica social opta por la alternativa de meterlo todo en una caja e ignorarlo porque la vida tiene que continuar y no es posible biológicamente sobrellevar la tortura del constante miedo. Pero esta alternativa no nos permite crecer sino refugiarnos en unas paredes de cristal. No nos permite evolucionar.

Por otra parte, cuanta más vehemente se expresa el célebre “No tengo miedo” o ”No tinc por”, elevado a los “hashtag…res” de las redes sociales, más se pone de relevancia la inmadurez social para hacer frente al miedo. Obramos como el niño que se tapa los ojos para convencerse de que no teme nada porque no ve la realidad que le envuelve. Así, metemos el miedo en la caja de la negación. Tal vez pueda ser terapéutico o paliativo momentáneamente o una suerte de sobrellevar el duelo post traumático, pero esta caja no deja de ser un paso más de inmadurez.

Recientemente, la alquimia de las redes sociales logró transmutar la amenaza del Daesh contra España en una especie de catarsis de humor para conjurar los malos espíritus del miedo. Así, el temible yihadista pasó a ser el infausto hijo de la Tomasa convertido en un chiste trending topic. Metimos el miedo en la caja del humor. Esta caja, que muestra mayor inteligencia por cuanto al menos tomar cierta ratio de reojo de la propia amenaza, nos permite sobrellevar livianamente algo muy trágico: da miedo que un analfabeto armado ponga de manifiesto lo fácil que se lo hemos puesto a los yihadistas para conseguir que alguien involucione a velocidad de vértigo de una sociedad post ilustrada a la edad media más oscura.

La madurez se alcanza no cuando se deja de tener miedo, sino cuando en virtud de dar medida y ratio a la amenaza uno se prepara consecuentemente para hacer frente a lo que le pueda venir

La madurez no está ni en obviar, ni en negar, ni en burlarse de la amenaza que provoca el miedo. La madurez se alcanza no cuando se deja de tener miedo, sino cuando en virtud de dar medida y ratio a la amenaza uno se prepara consecuentemente para hacer frente a lo que le pueda venir.  Puesto que explícitamente nos amenazan a los cristianos, en clave de esta fe que profeso tengo claro el temor a la cruz es algo normal. En cambio, obviar, negar o reírse ante el miedo de la tortura de la cruz no, y no conduce a nada auténtico. Sin temer la cruz difícilmente se puede resucitar e imposible poder construir. Pero esta tendencia a hacer cajas de los que no nos atrevemos a afrontar es una constante social que deviene en una peligrosa moral personal. También solemos ignorar, negar o burlar con el tema de la Muerte. Evitamos la reflexión profunda y la metemos en cajas para acabar constituyendo el tabú y seguir con nuestra inmadurez.

El sábado 26 de agosto tuvo lugar en Barcelona la gran manifestación contra el terrorismo al grito de No Tinc Por. A modo de rito social la gente de bien salió a la calle a intentar expresar apoyo a las víctimas, entereza, a mostrar un duelo colectivo, un llanto de fuerza ante el horror. No obstante, ante el panorama político con un referéndum ilegal en ciernes, no fueron pocos los que aprovecharon para intentar pescar en aguas revueltas.

En la política menuda y rastrera que asola nuestro país hay una máxima muy difundida: sólo existen dos tipos de personas, los adversarios políticos y los que puedes utilizar. Con esa máxima difícilmente existe un equilibrio sostenible para los temas de Estado, los temas que deberían ser sagrados, intocables por el bien común. Ante la voracidad de esa política con minúsculas todo queda supeditado a la utilidad que a los partidos políticos les venga en gana, y los temas de Estado son más que jugosos.

Si el terrorismo yihadista da miedo, más miedo da saberse tan vulnerable como sociedad defendiendo sus valores como la que se presta a instrumentar una manifestación de este tipo

De esta forma, lejos de constituir una forma de expresión común, ejerciendo el derecho a defender los valores de nuestra sociedad democrática y a hacer frente común contra el terrorismo yihadista, la manifestación mutó en la fractura social que tan ricamente sirve de rentabilidad a los partidos nacionalistas. Y esto me da miedo. Si el terrorismo yihadista da miedo, más miedo da saberse tan vulnerable como sociedad defendiendo sus valores como la que se presta a instrumentar una manifestación de este tipo.

Sí tengo miedo. No lo ignoro, ni lo niego y, aunque confieso me río con la conjura humorística en torno al hijo de la Tomasa, ni puñetera gracia me hace. Pero más miedo todavía me da cuando mis paisanos, aquellos con los que convivo en un Estado democrático, de derecho y social, deciden meter sus miedos en las cajas de la ignorancia, la negación y el humor para correr a los brazos del mercadeo político. Sí tengo miedo, porque un día en una de esas cajas ya no estará nuestro miedo si no la cabeza de nuestra sociedad que habrá claudicado a la barbarie, sin saber cómo, negándolo y con una sonrisa de oreja a oreja.