Si te pega no te quiere - Rosa Díez

El pasado día 25 de noviembre miles de hombres y mujeres salieron a la calle para reivindicar el fin de la violencia contra las mujeres. Sé que hay quien piensa que las manifestaciones no sirven para nada, pero quienes hemos vivido en ese lugar de España en el que cuando ETA te amenazaba la sociedad de tu entorno te dejaba sola, sabemos hasta qué punto es importante acabar con la invisibilidad de las víctimas. Y sabemos también que no hay que cansarse de repetir las cosas que parecen obvias; porque los maltratadores tampoco se cansan nunca de su crueldad y porque en más de una ocasión nuestra “pereza” es su coartada. Por eso nuestra aspiración es que llegue un día en el que no haga falta salir a la calle salvo para celebrar que las mujeres oprimidas y amenazadas, sus hijos y sus mayores, están por fin a salvo. Pero hoy no es ese día.

Decir que “si te pega no te quiere” puede parecer una obviedad, pero la historia nos demuestra que no lo es tanto

Recupero para este artículo recordatorio un lema que hace bastantes años daba cobertura a una campaña del Instituto de la Mujer y que tenía como objetivo animar a las mujeres a denunciar a sus maltratadores. Es verdad que decir que “si te pega no te quiere” puede parecer una obviedad, pero la historia nos demuestra que no lo es tanto. Porque aún a día de hoy, y a pesar de las campañas y de que se ha roto en buena medida el tabú que impedía mentalmente denunciar fuera de las cuatro paredes lo que ocurría en la intimidad, muchas mujeres siguen sin denunciar a sus maridos o compañeros la primera vez que estos levantan la mano contra ellas; ni la segunda, ni la tercera… Y cada día conocemos nuevos testimonios de mujeres que cuando se les pregunta el por qué no les denunciaron antes encuentran “disculpas” en el comportamiento de ellos: “tiene mal carácter, pero él me quiere…”.

Muchas mujeres siguen sintiendo pavor a reconocer que el hombre con el que conviven, que quizá una vez las quiso, ya no las quiere. Que si le levanta la mano una sola vez, que si la maltrata sicológicamente, la desprecia, la devalúa, la falta al respeto, la amenaza…ya no la quiere

Esta actitud no siempre responde a razones económicas, o al miedo a sentirse sola, o al temor por el futuro de los hijos comunes… En muchísimas ocasiones y a pesar de los signos que determinan lo contrario sigue habiendo mujeres que tratan de convencerse de que el maltratador las quiere. Aunque cada caso es diferente es posible que con mayor o menor intensidad ese proceso de exculpación del maltratador tenga que ver con la humana necesidad de ser querido y con el miedo a reconocer el fracaso de una apuesta vital y emocional en la que a veces se ha empeñado toda una vida. Las causas, como digo, son complejas; pero lo cierto es que muchas mujeres siguen sintiendo pavor a reconocer que el hombre con el que conviven, que quizá una vez las quiso, ya no las quiere. Que si le levanta la mano una sola vez, que si la maltrata sicológicamente, la desprecia, la devalúa, le falta al respeto, la amenaza… ya no la quiere. Todas esas mujeres necesitan la protección y el amparo del conjunto de la sociedad; todas ellas necesitan saber que cuando den el paso ni estarán solas ni las juzgarán. Porque si las maltratan no son ellas las que han fracasado ni tienen culpa ninguna: ellos, los maltratadores, son los únicos culpables.

Hoy quiero abordar el problema fundamentalmente desde la perspectiva de lo que debemos hacer para dar la protección adecuada a las mujeres amenazadas que ya dieron el paso de denunciar a sus maltratadores; porque ya es hora de que aceptemos, colectivamente y sin ningún género de duda que hoy por hoy la sociedad ha fracasado en ese empeño. Sé que el asunto es complejo pero eso no puede resultar una disculpa que nos lleve a no hacer la necesaria autocrítica y revisar nuestra actuación. Quizá uno de nuestros mayores errores fue poner excesiva esperanza en la aprobación de una ley –imprescindible por otra parte-, contra la violencia de género. El énfasis fue tal que muchos llegaron a creer que con eso ya estaba todo arreglado; como si las leyes pudieran por si solas resolver un problema que tiene que ver con un machismo tan arraigado en la sociedad que no desaparecerá salvo con un tratamiento de choque que ha de durar generaciones y en el que hemos de inocular al paciente –la sociedad entera- altas dosis de pedagogía democrática, educación para la igualdad y el respeto, alto consenso social… y castigos justos y rápidos para los delincuentes que abusan de su poder sobre mujeres, niños y personas mayores y vulnerables y siguen siendo socialmente reconocidos y “perdonados”.

Los poderes públicos están para proteger a los ciudadanos y todos sus derechos, el principal de ellos el derecho de todo ser humano de vivir con libertad y seguridad. Y para proteger a los ciudadanos de esos violadores de derechos los poderes públicos han de perseguir a los violentos, a los que tienen antecedentes, a los que nunca se han arrepentido de su violencia, a aquellos a los que, a pesar de las sentencias de alejamiento, siguen acosando a sus ex parejas, a sus hijos, a los abuelos incluso… Y eso requiere medios materiales y humanos que aún no existen. Requiere imaginación, resistencia, radicalidad en los objetivos. Requiere de una justicia que actúe rápido y ejecute ejemplarmente las sentencias. Porque como se suele decir, no hay injusticia mayor que la justicia tardía y las sentencias que no se cumplen.

Una democracia de calidad es aquella cuyos poderes públicos no señalan a las víctimas haciendo notar que no denunciaron, que se volvieron a reunir con sus ex parejas, que bajaron la guardia, que “perdonaron” al agresor…

Una democracia de calidad es aquella que no se rinde ante la injusticia, que no se resigna a que haya ciudadanos de segunda, ciudadanos a los que no se puede proteger. Una democracia de calidad es aquella cuyos poderes públicos no señalan a las víctimas haciendo notar que no denunciaron, que se volvieron a reunir con sus ex parejas, que bajaron la guardia, que “perdonaron” al agresor… Una democracia de calidad es aquella cuyos poderes públicos se dirigen a los verdugos para hacerles saber que no descansarán hasta poner en marcha todos los mecanismos necesarios para acabar con su impunidad y darles el castigo que se merecen. Castigo penal, patrimonial y social también.

El único pacto que necesitan y merecen las mujeres asesinadas en nuestro país es un gran pacto político y social para acabar con la impunidad de esos hombres que creen que las mujeres, sus hijos y sus mayores, son de su propiedad

En una democracia de calidad la víctima ha de estar siempre a salvo en el discurso público; y la petición de que denuncie y no ceda al chantaje emocional ha de quedar en la esfera de la pedagogía democrática pero nunca debe utilizarse para señalar a la mujer asesinada por no saber denunciar a tiempo o porque tuvo la desgracia de que un día se cruzara en su camino una mala bestia que nunca la vio como un ser humano en plenitud de derechos, sino como una propiedad sobre la que poder disponer a voluntad. No demos a los maltratadores “argumentos” para disculpar su conducta criminal ni carguemos a la víctima con la menor responsabilidad por lo que le sucedió. No hay pacto posible entre víctimas y victimarios; ellas son todas inocentes, ellos, todos culpables. El único pacto que necesitan y merecen las mujeres asesinadas en nuestro país es un gran pacto político y social para acabar con la impunidad de esos hombres que creen que las mujeres, sus hijos y sus mayores, son de su propiedad. El único pacto posible pasa por no pactar, jamás, con los supremacistas varones; el único pacto, tan necesario como posible, es el que ha de darse entre hombres y mujeres para acabar con una pesadilla que deshonra a la sociedad en su conjunto y que no es un problema de “ellas” sino de “nosotros”.

Si te pega, no te quiere es algo que hay que recordar, con todo cariño, a las mujeres que sufren en silencio. Pero mientras hacemos ese recordatorio hemos de señalar con la ley -y con el dedo y nuestra repulsa social- a sus verdugos. Pidamos a los poderes públicos que actúen; pero recordemos que todos y cada uno de nosotros tiene una tarea que cumplir para ganar esta batalla. Cuando de forma reiterada observamos una mala mirada, un mal gesto, una palabra más alta que otra… Cuando vemos en nuestro entorno a una mujer llorar en compañía de aquel con el que debiera sentirse segura… Si vemos miedo en los ojos de los niños, de los mayores cuando él entra en escena… es que algo malo está pasando. Es el momento en el que debemos alzar la voz, en el que debemos actuar como ciudadanos conscientes y activos y prestarles nuestra voz a aquellos que quizá en ese momento no son capaces de defenderse.

Acabar con esta lacra que empobrece y devalúa nuestra democracia es tarea que nos compete a todos. No debemos olvidar que cuando una mujer o un niño muere a manos de su ex pareja, de su padre, de quien debiera ser su cuidador… la democracia se encoge un poco. Y ser demócrata consiste en actuar, en no claudicar. El día que todos nos lo tomemos como un problema propio seremos capaces de acabar con esta desgracia y esta pesadilla y con el dolor de tantas mujeres que, ahora mismo, sufren en silencio. Las mujeres amenazadas están viviendo un drama al que nosotros, como sociedad, no somos ajenos: es nuestro problema. Por eso estar a la altura de los tiempos es dejar de mirar a ver lo que hace el otro y actuar en nuestro propio nombre. Es nuestra obligación política, ética, moral. La de todos y cada uno de nosotros.